Platicando con algunos pacientes, en el seno de una reunión del grupo de ayuda mutua, sobre las cosas importantes en la vida, uno de ellos comentó, que tal vez hay pocas cosas en este mundo que nos puedan causar sorpresa, de ahí que nos hemos acostumbrado a vivir en las rutinas que cada uno de nosotros construimos, para mantenernos dentro de un pobre concepto de comodidad y seguridad; me atreví a opinar que no estaba del todo de acuerdo, ya que pudiera ser que ese pensamiento exhibía las limitaciones que nos hemos auto impuesto ante una serie de acontecimientos desagradables que nos han hecho renunciar a nuestra capacidad para sorprendernos de las muchas cosas buenas que nos pasan todos los días; el comentario me valió el calificativo de optimista, entonces insistí en que deberíamos de vivir a plena conciencia, para poder desarrollar la capacidad de asombro con las cosas buenas; uno de los pacientes que conoce perfectamente mis rutinas, me exhortaba a que nombrara al menos una sola cosa que haya ocurrido durante ellas y que haya contribuido a cambiar positivamente mi enfoque sobre los continuos descalabros locales, nacionales y globales, entonces contesté: A mí se me critica mucho porque me gusta ir al cine, y en verdad me agrada, porque aprendo mucho de lo que veo en las películas, pero, el fin de semana sin planearlo mucho, algunos de mis nietos se apuntaron para ir, y aunque llegamos un poco tarde a la función logramos acomodarnos en una sola fila, yo quedé en la parte media, así es que cuando llegaron los últimos, resultaron ser los primeros de la fila y entre ellos se encontraban mis nietos menores (María y José) se acomodaron con su padres, por lo que los niños no supieron que yo me encontraba ahí; muy atentos se pusieron a ver la película, pero, al poco tiempo, al iluminarse en una escena la sala , los niños se percataron de mi presencia; José se dirigió hasta donde estaba y me dijo alegremente: ¡Abuelo aquí estás, no te había visto! entonces se subió a mis piernas y se quedó conmigo, después se acercó María y me dice: abuelo, por qué no has preguntado por mí, yo soy tu nieta consentida e igualmente se arremolinó conmigo por unos instantes. Lo extraordinario fue, el que habiendo estado en nuestra casa un par de días antes, pude sentir cómo aquella expresión de asombro, iba acompañada del más puro sentimiento: el amor.
“Como le presentasen unos niños para que los tocase y bendijese, los discípulos reñían a los que venían a presentárselos. Lo que advirtiendo Jesús, lo llevó muy a mal y les dijo: Dejad que vengan a mí los niños, y no se lo estorbéis; porque de los que se asemejan a ellos es el reino de Dios. En verdad os digo, que quien no recibiere, como niño inocente, el reino de DIOS, no entrará en él. Y estrechándolos entre sus brazos, y poniendo sobre ellos las manos, los bendecía.” (Mc 10:13-16).
“Quien tenga oídos para entender, entienda” (Mt 13:9)

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