Con un aproximado de 1,400 millones de habitantes, una economía que, según la perspectiva de medición, está entre el primero y el segundo lugar a nivel mundial desde hace varios años en competencia constante con Estados Unidos, y con un dinamismo económico imparable también desde hace años tanto en términos de tamaño de mercado como de reservas internacionales, así como de número de transacciones electrónicas, o de inversión extranjera directa (hacia el interior) e inversión en el mundo (hacia el exterior), y de número de multimillonarios generados anualmente, o del tamaño de su Bolsa de Valores, o del número de mega corporaciones más potentes globalmente, o de su programa espacial, o del ritmo de crecimiento de su PIB, o de su nueva clase media; categorías que arrojan, todas ellas, cifras asombrosas y en constante y abrumador crecimiento, además de ser una de las cinco únicas potencias en el planeta con armas nucleares de máximo alcance, y de contar con el ejército más grande del mundo con un aproximado 2 millones 183 mil activos, China es la potencia geopolítica indiscutible del primer tramo del siglo XXI, y está llamada a ser una de las principales macro–estructuras civilizatorias (o imperios) de la historia contemporánea que habrán de definir, o que están definiendo ya, los contornos de una nueva época.

Por razones como éstas es que autores como Jane Burbank y Frederick Cooper, a quiénes hemos referido en otros artículos, han replanteado los esquemas de interpretación de la Historia universal (Imperios. Una nueva visión de la Historia universal, Crítica, 2011) y señalan dos focos de despliegue geopolítico que desde la antigüedad llegan a nuestro presente: Roma y China.  A partir del primero (Roma), se deriva el sistema de estados nacionales democrático-capitalistas del presente y del segundo se deriva la actual República Popular China, gobernada por el partido político más grande, también, del planeta: el Partido Comunista de China, con un aproximado de 92 millones de militantes.            

Estamos ante una de las historias de dirección y construcción estatal-nacional más extraordinarias de que se tenga noticia, con la que se secuenciaron las tres formaciones fundamentales del mundo contemporáneo: el nacionalismo (Chiang Kai-shek), el comunismo (Mao Tse-Tung) y el socialismo con peculiaridades chinas (Deng Xiaoping), en una matriz de configuración desde la cual se levanta hoy, bajo la dirección del presidente Xi Jinping, una poderosa maquinaria de producción y consumo, y un gigante demográfico del que dependerá, en definitiva, el mapa de poder global de este siglo.

Precisamente ese hecho me lleva a recordar que en 2010 tuve la oportunidad de visitar la Expo Universal de Shanghai.  El pabellón del país anfitrión fue verdaderamente fantástico en todos los sentidos, desde el tamaño y el diseño exterior, hasta los detalles de la exposición al interior del mismo, donde precisamente China pretendió (y a mi parecer lo logró) comunicar el orgullo por su pasado, el enorme trabajo y sacrificio para llegar a la posición de liderazgo que hoy tienen y el futuro prometedor que les espera.  Recuerdo que una de las exposiciones consistía en el montaje de la evolución de la casa de una familia china promedio; la exposición daba inicio a principios del siglo XX, obviamente mostrando enormes limitaciones económicas, pero finalizaba con una casa promedio del 2010, dónde ya se hacía patente el poder de compra del gigante, muy similar al de los países más avanzados.

Por otra parte, en los últimos años México y China se disputan año con año el primer lugar como socio comercial de los Estados Unidos, en febrero del 2021 México recuperó su posición con un comercio total (importaciones más exportaciones) de 48,500 millones de dólares.   En lo que se refiere a uno de los sectores económicos con mayor potencial en México, como lo es el turístico, cabe señalar que China cuenta con 150 millones de turistas internacionales, si bien es cierto que el 80% viaja por Asia, México aún no ha logrado atraer al menos a una parte de los 30 millones de chinos que viajan más allá del continente asiático.

Por todas estas razones es que hemos diseñado, desde el Espacio Cultural San Lázaro de la Cámara de Diputados, el Seminario permanente sobre China, que se inaugura ésta semana aprovechando la conmemoración de los 50 años de inicio de las relaciones México-China y con el que se busca convocar y concentrar el mayor conocimiento estratégico e histórico posible a efectos de tener una mayor y mejor comprensión de la historia social, cultural y económica de China, así como también tenerla sobre sus planes estratégicos, su visión de largo plazo, sus esquemas filosóficos y antropológicos y su modo de organización política, para apuntalar las estrategias de acercamiento, cooperación e intercambio que desde México es posible tener con el gigante asiático de cara a los desafíos y oportunidades geopolíticos que México enfrenta como país abierto al Pacífico y como potencia hispanohablante.

* La autora es Secretaria General de la Cámara de Diputados