El actual clima político de Tamaulipas me remonta a seis años atrás. Corría el mes de noviembre de 2011.

Era la antesala del Primer Informe del entonces gobernador, Egidio Torre Cantú. Proliferaban en pasillos palaciegos, oficinas públicas y cafés, rumores sobre la renuncia o el cese de funcionarios estatales del primer círculo.

Los nombres y apellidos de los presuntos involucrados se sucedían unos tras otros. Un día aparecía una versión y a las dos o tres horas cambiaba de rumbo y de identidad. El mar de especulaciones crecía en forma cotidiana sobre quiénes se quedarían y quiénes se irían del gabinete, a la sombra o luz de sus errores y aciertos respectivamente. Nadie parecía estar seguro en su puesto.

Como en ese ayer, sea justa o injusta la percepción, en el presente durante la mañana se mueve la especie de que renuncia la Secretaria de Salud, Por la tarde ya es el Secretario de Seguridad Pública a quien la voz popular y las redes sociales traen en jaque como candidato a despedirse y al caer la noche la misma rumorología ubica entre sus protagonistas al Procurador General de Justicia. El cotilleo, es evidente, no respeta trayectorias ni rangos académicos.

Y hoy, como hace seis años, me permito en este espacio recapitular sobre lo que en ese noviembre del 2011 sucedía.

Mi percepción en el presente es muy semejante. No es tan lúcida mi memoria para repetir literalmente lo expuesto seis años atrás, pero sí para remarcar el punto de vista de mi colaboración de esos días, titulada “Sentido común”.

Al igual que en esa víspera del primer informe egidista, el Estado vive hoy un escenario complicado prácticamente en los mismos rubros: inseguridad, falta de empleo, escasa obra pública, inversiones a la baja y en algunos casos, la aparente incapacidad de algunos servidores públicos en el cumplimiento de sus obligaciones.

Eran días de tormenta como los son ahora, por lo cual se puede afirmar que el 2011 y el 2017 tienen un común denominador, resumido en un cuestionamiento: ¿Cómo calificar a los colaboradores en un año cuando las circunstancias del Estado no permitían una evaluación justa?.

La pregunta sigue teniendo vigencia.

Sigue pareciéndome que es el sentido común el que debe regir en la mayoría de los casos. Si el primer año ha sido apenas el de asentamiento, el de interiorizarse en los vericuetos tamaulipecos, es de esperarse –aquí es donde entra ese sentido– que en el segundo año los resultados mejoren. Si durante la tormenta los timoneles han sobrevivido, sería natural –otra vez por sentido común– que al ceder los vientos conduzcan la nave con mayor firmeza. Si merecen esa oportunidad los personajes que maneja la chismografía doméstica es decisión precisamente de quien se las concedió.

Pero cuidado. Habría que recordar que el sentido común no debe confundirse con la lógica, porque si bien el primero no tiene contrapeso, la segunda de acuerdo a un viejo chiste de Pepito, puede fallar. En la espera de no ofender pudores, lo refiero aquí:

Contaba el precoz infante a sus amigos que un día vio que su hermana y el novio de ésta se dirigieron a una zona boscosa. El terrible niño dijo no poder resistir la curiosidad sobre las intenciones de la pareja y procedió a seguirlos.

La chica y su acompañante se internaron en lo más espeso de la arboleda y al llegar cerca de un riachuelo miraron hacia todas partes para asegurarse de que nadie los veía.

No detectaron a Pepito y éste señaló que entonces los dos empezaron a desnudarse hasta quedar como nuestro padre Adán y su Eva. La emoción de Pepito no duró mucho porque como él pensaba, lo lógico era que se dedicaran a deliquios no aptos para menores, pero tanto ella como el galancete ¡se metieron a nadar al arroyo!

¿Ven como la lógica falla?, fue el epílogo de la divertida narración.

Como simple ciudadano, espero que sea el sentido común y no la lógica, lo que se aplique en la política tamaulipeca …

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