Quien lea estas líneas es muy posible que me tilde de inadaptado, retrógrado o peor aún, de retrasado mental.
Vale la pena correr ese riesgo si puedo aventurar una idea si se quiere fantasiosa, pero que en mi opinión podría servir a moderar por un lado los ánimos de guerra fratricida que especialmente por la política parecen poseernos a un gran número de mexicanos y por otro, a rescatar al menos parte de las relaciones familiares que se han perdido o degradado en forma lastimosa.
Ahí va la propuesta:
Declarar como obligatorio un mes, sin redes sociales.
¡Gulp!
Bajo la lluvia de críticas a la sugerencia, sólo espero que haya alguien que me conceda el beneficio de la duda y se atreva a leer mis argumentos en favor de ese pronunciamiento.
En el escenario político, imagínese solamente el descansar treinta días de ese feroz intercambio de deslegitimaciones, acusaciones, señalamientos, denuncias y hasta insultos soeces que pueblan generosamente los mensajes de Tweeter, de Facebook, de Whatsapp o en menor medida de WeChat o de Instagram, sólo por citar algunas de las más conocidas en ese mar de enlaces digitales, que definen mayoritariamente hoy las relaciones humanas.
Sé que muchos piensan diferente y hasta en sentido diametralmente opuesto, pero en lo personal tengo la certeza de que sería no sólo gratificante, sino hasta saludable.
Creo que en ese pequeño oasis de silencio, muchos recobraríamos la cordura extraviada y haríamos más uso del razonamiento en lugar de dejar correr las pasiones. Aún tengo fe en las bondades de la humanidad y en la convivencia sensata. El dejar de escuchar o de leer por un tiempo a quienes nos han convertido con sus fobias y obsesiones en sus esclavos “online” tal vez nos haga reflexionar sobre los amigos, compañeros y hasta seres queridos que hemos perdido o estamos perdiendo, no físicamente, sino en el afecto.
La otra consecuencia sería, siempre en mi opinión, en la familia.
Hacer a un lado tabletas y teléfonos móviles para olvidarse de consultar el último mensaje recibido y sentarse a compartir alimentos con la familia en la mesa hogareña o en la de un café con amigos y compañeros de trabajo o de escuela, abriría nuevamente las puertas a la comunicación cara a cara, cálida y cercana que tanta falta nos hace para ser menos intolerantes y entender lo que en forma personal se expresa mucho mejor que a través de una pantalla y lejos del aberrante anonimato que daña tanto a nuestros valores.
¡Ah cuántas historias, cuántas vivencias, cuántas satisfacciones y hasta momentos amargos en los que debimos ofrecer apoyo, hemos dejado ir de nuestros seres queridos cuando sentados en la sala –juntos y a la vez alejados– guardamos silencio para cada quien someterse al celular tirano!
Sí, puede ser una locura, puede ser un absurdo lo que escribo en este espacio, pero para su servidor es más deprimente saber que no necesitamos que alguien decrete un mes sin redes sociales, porque es una decisión que podríamos tomar por voluntad propia, si nos decidiéramos a intentarlo.
Y esto es lo grave: No queremos.
Vengan los calificativos y los insultos, los acepto. Pero como asienta una vieja pero siempre esperanzadora frase coloquial: se vale soñar…

¿SERÍA POSIBLE?
Sin duda forma parte del paisaje urbano de Victoria.
Es la estatua de Pedro José Méndez, en el cruce de la avenida Madero –nuestro 17– y la calle Alberto Carrera Torres.
Ha sido por muchos años una imagen tradicional, pero con el paso del tiempo se ha convertido en origen de un embudo para el tráfico vehicular que cada día es más agobiante en la capital victorense.
Es pregunta: ¿Podría siquiera analizarse la posibilidad de reubicar ese monumento a la explanada a un costado del estadio Marte R. Gómez, aprovechando la remodelación de ese paseo?
No es una necedad, me parece una necesidad para resolver el caos de ese crucero…

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