Poco a poco, la fresca mañana se empezó a calentar, era de esperarse, dijo Jorge con voz entrecortada debido a la evidente hiperventilación que presentaba. EL paciente afectado de trastorno de ansiedad, que además de soportar el intenso calor, tenía que enfrentar los “otros inconvenientes”.

Llegué temprano, me dijo, pero tuve que ceder mi lugar a otras personas, pues estoy consciente de que se tiene que tener consideraciones con los adultos mayores que también acuden a la consulta; más, los inconvenientes no terminaron ahí, siguió comentando, hay algo en el ambiente que está condicionando la suma de un valor agregado al malestar físico, sí, siempre que acudo a la unidad médica, se eleva mi grado de estrés a un grado crítico. No me importa aguardar mi turno, tal vez lo que más me molesta, es la actitud de algunos elementos del personal que presta los servicios en el centro de salud.

El primer impacto negativo, lo recibo en la recepción; dijo, me da la impresión, de que el personal no tiene la capacidad, ni el perfil idóneo para el puesto, pues su trato es áspero, frío, deshumanizado, me pregunto: ¿no sabrá que el recibir trato digno es un derecho del paciente? Antes de que pudiera decir algo, me asigna un consultorio diferente al que siempre acudo, esto me ocasiona más nerviosismo, y con ello, inmensos deseos de salir

corriendo de aquella sala de espera atestada de dolientes, pero decido resistirme a la indicación de la recepcionista y le pido me pase al consultorio de siempre, y le aclaro, que además de ser asignado desde hace años ahí, debido al lugar de mi domicilio, le tengo mucha confianza al médico y estoy satisfecho con la atención que me brinda, lo que también por cierto, se encuentra comprendido dentro de los derechos de los pacientes; pero, nada parece cambiar la actitud negativa de la recepcionista, quien sin más, con la dura mirada, siento que me dice que no es su problema, y al preguntarle a qué se deben esos desafortunados cambios, me responde tajantemente, que ella sólo recibe órdenes de su superior.

Le pido entonces hablar con su superior y ella me dice que si eso es lo que quiero que lo haga, y me indica con la mano dónde puedo encontrar el director de la unidad médica. Antes de llegar hasta la oficina, alguien me pregunta qué se me ofrece y le explico mi problema, me dice que no me preocupe y se habilita como mediador en el conflicto, llega hasta donde se encuentra la recepcionista, discuten por unos minutos, y por fin, me pasan al consultorio y heme aquí con usted médico platicándole ésta odisea.

El sólo hecho de escuchar con atención a Jorge, siento que lo relaja, su respiración vuelve a la normalidad; sin tratar de juzgar, ni justificar a nadie, primero le agradezco la confianza y lo felicito por conocer sus derechos como paciente; para no causarle más inconvenientes me aboqué a darle seguimiento a su caso, me comenta que ya acudió a su cita con el especialista, le practico un reconocimiento físico, lo felicito por mantener el control emocional y no caer en un crisis de ansiedad, elaboro su receta y el paciente antes de salir me da un fuerte apretón de mano. Un par de minutos después, me quedo pensando en la necesidad de velar también por la salud mental de nosotros, los prestadores de los servicios de salud.

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