El quehacer médico nunca ha sido fácil, mucho menos en este tiempo, en el cuál, la otrora figura apostólica de los galenos se ha ido disolviendo por la falta de vocación, de humildad, de humanismo; y por qué no decirlo, más que por la falta de incentivos económicos, sí de motivos que despierten el amor que nos movió a servir al prójimo.
El espíritu de los médicos se ha ido asfixiando en la rígida coraza endurecida y oxidada de su cuerpo, debido a la torcida y reiterante embestida de una gerencia política en salud, incondicionalmente servil a intereses muy alejados de los principios éticos rectores de su origen.
¿Hasta dónde podrá llegar el cambio promovido por la incipiente transición política del sistema? En ocasiones, lo que se proclama, sólo es producto de una visión engañosa que pareciera sustentarse en la imperiosa necesidad de seguir construyendo edificios fríos, que seguramente seguirán engrosando el patrimonio de un sistema de salud ineficiente, que no sólo deja morir a los enfermos, sino que también, abandona a los prestadores de salud, que igual enferman por las perniciosas malas prácticas institucionales, que por cierto, parece que cuidan más la cantidad de servicios para justificar la aplicación del presupuesto, que la calidad y la calidez de los mismos.
Hoy, con tristeza, enfrentamos una nueva realidad en la práctica médica, debido al ascendente número de problemas de salud mental en nuestra comunidad, lo que desde mi muy humilde enfoque, hace imperiosa la necesidad de realizar un diagnóstico veraz de la situación, para dirigir las acciones correspondientes en relación con su prevención, tratamiento y rehabilitación.

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