Los románticos soñadores son una especie en peligro de extinción, da la impresión, de que para las nuevas generaciones, el amor es sólo una palabra más del vocabulario cotidiano heredado por nuestros abuelos y nuestros padres, definiendo de esta manera un pasado donde el estar enamorado, exaltaba nuestra naturaleza emocional, invitándonos a la búsqueda incesante del encuentro con el amor, para amar y ser amados, entregando, como se decía coloquialmente, toda esa gran emoción que parecía no caber en el pecho, aludiendo con ello, que la residencia del mismo es nuestro corazón.
Ayer, cuando amar intensamente era la meta de todo ser que idealizaba el amor, viviendo entre la realidad y la fantasía, sin más interés que verse agraciado con la misma correspondencia, encontrando en ello la existencia de un mundo diferente, alejado de toda preocupación, tratando de vivir el presente, sin pensar en el futuro, dándole prioridad a la liberación de la energía contenida e intensificando en el encuentro que fusiona a la materia con el espíritu, que inicia con el intercambio de una enigmática mirada, seguida del magnético roce de las manos y sellar con un beso la promesa de una comunión eterna, que comparte el calor que enciende el fuego de la pasión.
Los románticos soñadores, abren el cocimiento de su sentir sin fingimiento, tendiendo puentes de comunicación emocional para hacer duraderas sus relaciones, haciendo con ello que cada momento sea una vivencia especial.
Los hacedores terrenales de mi estructura material, románticos de corazón sembraron en mí la semilla del amor, su ejemplo delineó en mi personalidad dos figuras, donde las coincidencias primarias sellaron el pacto unificador de dos entidades, que destilando amor, por el lado materno, imprimió en mi genética los valores del amor divino que da preponderancia al espíritu, donde sobreabunda la humildad, la misericordia y la sanación a través del perdón; y el amor de parte del padre, que sin reñir con las atribuciones de la espiritualidad, se complementa generosamente con el sentir filosófico del amor, que trasciende a la emoción, a decentarse al conocimiento de su naturaleza, sus motivos y sus consecuencias en la existencia humana, buscando en sí mismo una conexión con un poder mayor que el del hombre.
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