El camino cuaresmal hacia la celebración de la Pascua se sigue recorriendo, hoy es el quinto domingo de Cuaresma, y la Palabra de Dios que se proclama en la misa dominical ayuda los creyentes a prepararse a este magno acontecimiento.

En la primera lectura que se proclama en la misa de este domingo tomada del Profeta Jeremías, 31:31-34, se escucha: “Ya se acerca el tiempo, dice el Señor, en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva”.

En la Sagrada Escritura se encuentra que la experiencia de pactar o renovar una alianza es iniciativa divina y a través de ella se revela, además, el rostro de Dios, que se deja ver como compasivo, amoroso y misericordioso; que perdona las culpas y olvida para siempre los pecados.

En el texto del Profeta Jeremías se descubre algo peculiar: a diferencia de otras alianzas, escritas sobre tablas o pactadas de palabra, surge una forma distinta de hacerlo, que será “puesta en lo más profundo de la mente y grabada en el corazón” del hombre para que se conserve: “yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”, pero las condiciones para asentarlo cambiarán: el hombre se convierte en la evidencia del pacto. Lo escrito en un papel se puede olvidar o perder fácilmente, en cambio el corazón humano es garantía de permanencia, pues quien vea de frente a su hermano tendrá ante sí la alianza con Dios, lo reconocerá y lo tendrá cerca.

El texto del Evangelio dominical, Jn. 22:20-33, habla de otra iniciativa: “algunos griegos querían ver a Jesús”. Estos hombres son de la vanguardia de la humanidad, que viene a Jesús; pertenecen a los que creen sin haber visto. Su corazón los ha llevado a descubrir en Jesús al Dios cercano.

El tiempo que se acerca, del que hablaba el Profeta Jeremías, ahora ha llegado definitivamente: “Si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda infecundo; el que se ama a sí mismo se pierde”. En estas palabras, Jesús no habla de sí mismo, sino que son una invitación a tomar decisiones radicales, pactar con él y hacerse seguidores suyos: El grano de trigo sembrado en la tierra es la alianza grabada en el corazón del hombre; si no muere, es decir, si no se transforma y echa raíces, no dará fruto.

Amarse a sí mismo es la proyección del egoísmo, aferrarse a la propia vida y perderse allí; aborrecerse, equivale a purificarse de todo lo que no es Dios y caminar libremente en su búsqueda.

Se puede orar con palabras del Salmo 50: “Crea en mi un corazón puro. Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de mí y olvida mis ofensas. Lávame bien de todos mis delitos y purifícame de mis pecados”.

Que la paz y la misericordia del buen Padre Dios permanezca siempre con ustedes.