Padre, paremos un momento a descansar, yo sé que hay mucho camino aún por recorrer, pero es necesario parar un poco, seguramente tú eres incansable, pero la verdad, aunque no quisiera quejarme y decirte que estoy cansado para seguirte el paso, resulta que estos pies me piden a gritos parar. Y el buen Señor, detuvo su marcha, volteó hacia mí y sus divinos ojos me miraron, de inmediato percibí la bondad infinita de aquella mirada y me llené de paz, puedo asegurar, que hasta el corazón más duro de la tierra se ablandaría para adorarle en ese momento; bajé entonces la mirada y calladamente me dispuse a continuar la marcha, pero, el Señor no dio un paso más, por el contrario,  tomó asiento en pleno suelo, quedando precisamente bajo la sombra de una gran nube que apareció de la nada; entonces, se recostó suavemente en la superficie de la tierra, y yo me dispuse a  imitar su postura, mientras lo veía de reojo para no perder detalle, por eso vi cómo sus ojos se fijaron firmemente sobre la nube y de pronto, cayó sobre nosotros un fino rocío, tan fresco como el que se posa sobre las plantas en un amanecer de la estación de primavera, desprendiendo aquella humedad soñada, un agradable perfume a mil flores. Él cerró los ojos y yo extasiado seguía observando, entonces dije: Señor, que bien se está aquí, deberíamos pasar la noche en este lugar, él no contestó y siguió con los ojos cerrados, pensé para mí: Se ha quedado dormido, creí que era incansable, pero es ésta su manifestación tan humana como la mía e igual comparte todo sentir, toda emoción ¿se habrá entonces quedado dormido? Cerraré mis ojos y compartiré sus sueños; más mis sueños seguramente, no eran los mismos sueños que evocaba mi Señor, esperé a que despertara y cuando por fin lo hice le dije: Dichoso el que puede compartir los sueños del Hijo de Dios, seguramente podría ver el paraíso; sin dejar de ver el firmamento contestó: Soñaba con el dolor de tus pies descalzos y en lo bien que nos hizo descansar un poco para aliviar su cansancio. No te preocupes mi Dios, ha bastado una palabra tuya para sanarme, pero permíteme aliviar el cansancio de los tuyos; tomé entre mis manos sus adorados pies y su sangre bendita se derramó sobre mis palmas, entonces ya no pude más y generosamente brotaron mis lágrimas, cayendo sobre ellos, hasta entonces pude ver las heridas ocasionadas por los clavos. Cuando desperté estaba abrazando mi almohada y seguía sollozando sin parar.

Bienaventurado el que puede soñar con Jesucristo, porque podrá narrar relatos fantásticos, cuya magia puede sanar todas las heridas, porque la fe no tiene límites y el Espíritu de Dios habita entre nosotros.

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