Antes de ir a dormir, mi esposa comentó, como otras muchas veces, el tema de la sensación subjetiva sobre la rapidez con que pasa el tiempo en nuestra vida; ella dijo: Apenas te levantas y ya es medio día, apenas terminas de dar el desayuno, y ya estas sirviendo la comida, apenas terminas de lavar los platos y llegó la noche, y sólo te quedan dos cosas por hacer, cenar y dos horas después, irte a dormir, y el nostálgico ciclo se repite una y otra vez. Yo le respondo, que aunque pareciera que todos los días son iguales, no lo son, e insisto en que mucho depende de nosotros el no caer en la rutina cronológica que genera ese fenómeno sobre la velocidad del tiempo.
Le demostraré a María Elena, que tengo razón, haré algo inesperado que influya en su estado anímico, esto, con la finalidad de despertarla del trance rutinario que estamos percibiendo subjetivamente, y lo mejor de todo, es que será algo que sé que la agrada y le dará una renovada visión sobre la importancia de saberte dueño de tu tiempo y de la distribución del mismo, y seguramente que con ello, le regresará el interés por recuperar la voluntad que cedió un día, para solucionar las necesidades de otras personas, olvidándose de las suyas; espero que con eso, pueda tener mayor seguridad y confianza para tomar mejores decisiones y disfrutar la vida como debe de ser.
Hoy le haré un regalo inesperado, cuyo costo material es insignificante, pero que tiene un valor espiritual enriquecido por el amor que le profeso, si con ello no logro regresarle la esperanza en ser ella misma y no lo que cree que debe de ser para agradarle a los demás, entonces, tomaré para mí la experiencia citada, para no dejarme arrastrar por la subjetividad que genera el sentimiento de insatisfacción que nos roba el sueño.
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