Como es conocido, el tema principal de la predicación de Jesucristo es el Reino de Dios. Y para explicarlo, con frecuencia recurre a las parábolas o comparaciones.
En el texto evangélico de la misa de este domingo, Mt 13, 24 – 43, se cuentan tres parábolas. “El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo…” El Reino no es algo que se da ya hecho. Dios da la semilla como regalo pero el ser humano tiene que sembrarla. Esto parece fácil pero no lo es. Jesús alerta que cuando los trabajadores duermen, los enemigos del Reino siembran cizaña entre el trigo. Los discípulos impacienten, sin discernir, sugieren: arranquemos de una vez la cizaña, acabemos con estos que se oponen al Reino, con aquellos que hacen el mal. Jesús les dice: “No. No sea que al arrancar la cizaña, arranquen también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha”. Jesús invita a la paciencia y a la tolerancia. En el Reino de Dios – tanto por lo que respecta al propio interior como a la sociedad en general – se mezclan el trigo y la cizaña, lo bueno y lo malo: todos tenemos de todo.
Después, Jesús cuenta la parábola de la semilla de mostaza y la de la levadura. El hombre siembra la pequeña semilla que se convertirá en un arbusto donde los pájaros hacen su nido. La mujer mezcla la levadura con tres medidas de harina y ve cómo la masa se fermenta.
Con estas tres parábolas Jesús llama a sus discípulos a confiar y cuidar esa pequeña semilla del Reino. Jesús llama a sus discípulos a ser fermento en el mundo, a compartir con todos lo vivido con Jesús. Pero también les previene de no tomar un papel de jueces que no les corresponde. Los segadores, los encargados de arrancar la cizaña y quemarla, son los ángeles. Jesús, amigo de publicanos y pecadores, en toda circunstancia fue más médico que juez. Jesús no quiere la muerte del pecador. Y esto se puede apoyar en una frase de la primera lectura de la misa dominical, tomada del libro de la Sabiduría: “Con todo esto has enseñado a tu pueblo que el justo debe ser humano, has llenado a tus hijos de una dulce esperanza, ya que al pecador le das tiempo para que se arrepienta”.
Se puede orar con palabras del Salmo 85: “Tú, Señor, eres bueno y clemente. Puesto que eres, Señor, bueno y clemente y todo amor con quien tu nombre invoca, escucha mi oración y a mi súplica da respuesta pronta”.
Que la paz y el amor del buen Padre Dios permanezca con todos ustedes.