Un buen día, uno de mis nietos a sus seis años de edad, cuyo nombre no mencionaré, pero al que la naturaleza había dotado de varias virtudes, entre ellas la humildad, la bondad y la sensatez, me preguntó: Abuelo ¿mi abuela te quiere? Sin titubear le dije, sin duda que me quiere. Continuó diciendo: Y ¿tú la quieres? sin titubear le contesté: Quererla… no, yo la amo. Sorprendido el niño dijo: Y ¿qué diferencia hay ente querer y amar? El querer, le dije, en ocasiones se confunde con el amar, porque al inicio, cuando dos personas se gustan, sienten una necesidad física o biológica de estar juntos o de juntarse, quieren pasar mucho tiempo para contemplarse, incluso, para conocerse más, y después, de observarse por un buen tiempo, se dan cuenta que cada una de las partes del cuerpo que pueden apreciar, les agrada entre sí, por eso, desean poseerlas, y en ese momento se dicen: me gustan tus ojos y quiero que sean míos, me gustan tus labios, y quiero que sean míos, me gustan tus manos, y quiero que sean mías; quieren pues, cada una de las partes del cuerpo, lo que sus ojos pueden ver, lo que sus manos puedan tocar, incluso, lo que pueden escuchar sus oídos, como la voz, y así, uno y otro desean tenerse por completo; de ahí se desprende el hecho de querer a alguien, de hacerlo suyo. En cambio, cuando amas a una persona, lo primero que ocurre en ti, es que sientes algo por ella que no puedes describir o definir, es algo que no puedes ver, que ni puedes escuchar, que no puedes tocar, pero, que sabes que tiene y lo reconoces, porque ese algo te atrae de una forma que no puedes poseerlo como las partes del cuerpo; en ocasiones, ese algo, necesita del algo que tú tienes para hacerse más fuerte. El niño me miró como dudando y me dice, pero ¿ese algo tiene nombre? Me quedé pensando cómo responderle, porque pensé, que por su corta edad, no podría entender mucho de lo que le estaba hablando, y evitaba hablar de términos que requieren de una explicación más amplia por su complejidad; pero a su insistencia le dije: Sí, sí, tiene nombre; se llama espíritu; y ese algo, no se puede querer exclusivamente para sí, porque cada quien es poseedor de su propio espíritu, mismo, que no les pertenece a ninguno, porque el dueño de ambos espíritus es Dios. Pero, Dios nos quiere, dijo mi nieto. No, Dios nos ama y como nos ama, siempre va a querer darnos cosas buenas. Yo sé que es complicado el tema y tal vez no entiendas mucho de lo que te he dicho, pero recuerda que nosotros somos hijos de Dios y su espíritu está con nosotros.
Por último mi nieto preguntó: Abuelo, ¿entonces tú me quieres o me amas? Yo te amo, y el niño se despido de mí con una gran sonrisa, y me llené de gozo porque me había entendido.

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