El tema de la ceguera que presenta el texto del Evangelio de este domingo, Mc. 10:46-52, San Marcos ya lo había presentado con anterioridad. A lo largo de los domingos anteriores en tres escenas significativas: primero, la imposibilidad de ver más allá de las riquezas, plasmada en la persona del hombre rico (10:17-22); después, la imposibilidad de ver más allá del poder y los privilegios, expresada en las pretensiones de Juan y Santiago (10:35-37) y de un modo contrastante, la otra mirada, la que presenta la posibilidad de ver más allá de la ceguera, encarnada en Bartimeo, quien fue capaz de reconocer en Jesús al Hijo de David, al Mesías esperado.

La primera escena deja ver la falsa humildad del hombre rico; la segunda refleja la ambición de poder en los hijos de Zebedeo; y la tercera, el deseo de ver. Ésta última marca un cambio de perspectiva: un hombre ciego, abandonado al borde del camino (excluido), grita pidiendo compasión; un sector del pueblo quiere apagar su voz, no les interesa lo que le sucede. Pero la insistencia simboliza la fuerza que brota en la lucha por la libertad y la firme decisión de sobre ponerse a la opresión. Para Jesús ésto es lo que hay ante él un hombre que cree sin haber visto, por eso se detiene.

En seguida un mandato incluyente que involucra a los suyos: “Llámenlo”. La comunidad anima, incorpora y orienta. “El ciego tiró su manto; de un salto se puso en pie y se acercó a Jesús”. Actitud que contrasta con la del rico, quien no fue capaz de renunciar a todas sus riquezas, mientras éste deja todo lo que tiene y renuncia a ello. Dispuesto, incondicional y sin prejuicios se acerca a Jesús: “¿Qué quieres que haga por ti? Maestro que pueda ver”.

Se puede orar con palabras de la oración de la misa: “Dios todopoderoso y eterno, aumenta en nosotros la fe, la esperanza y la caridad, y para que merezcamos alcanzar lo que nos prometes, concédenos amar lo que nos mandas”.

Que el buen Padre Dios permanezca siempre con ustedes.