“Las universidades son lugares donde se pulen piedras y donde se oscurecen los diamantes”…

Robert Green Ingersoll

Que nadie se sobresalte, que nadie pierda el sueño por la transición que hoy registra la Universidad Autónoma de Tamaulipas.

Esta opinión no es una ocurrencia sobre las rodillas. La institución ha sido en el Estado, figura recurrente de una aparente incongruencia: Es curioso, pero la UAT ha mostrado a través de los años en forma consistente el perfil de una institución modelo de estabilidad, dentro de la inestabilidad.

La paradoja surge de la historia de nuestra Alma Mater, que durante la que ya empieza a ser una larga vida, ha registrado rectorías que en algunos casos la han convulsionado y en otros la han fortalecido, con mandos que duraron desde algunos meses, como fue la de Leandro González Gamboa, hasta una docena de años como la de Jesús Lavín Flores y José Manuel Adame Mier, que se prolongaron en tiempos por fortuna ya extintos, gracias a concubinatos con los grupos de poder que en el pasado la dominaron y a los que la universidad sobrevivió, como ya dije: Estable dentro de lo inestable.

Sería ocioso nombrar a todos los que tuvieron el poder universitario en sus manos hasta la actualidad, algunos opacos y otros brillantes, por lo que prefiero concentrar estas líneas en el escenario expuesto al inicio.

Quien la conoce lo sabe: En la UAT ha pasado todo pero no ha pasado nada. Nada que la haya detenido.

La frase refleja que el Alma Mater tamaulipeca ha sufrido experiencias de todo tipo, oscuras y luminosas; violentas –inclusive sangrientas– y pacíficas; de enfrentamientos y acuerdos; pero en todos los casos siempre ha salido adelante.

¿Ncesitamos pruebas?… Van.

Sobre esas luces y sombras, la institución posee hoy una solidez académica que por su calidad la vincula incluso a universidades de otros países; camina por una de las fases internas más pacíficas, quizás la más pacífica, de su existencia; su infraestructura física y su alta tecnología la hacen competitiva profesionalmente tanto en México como en el extranjero; sus egresados encuentran ubicación en sus áreas de estudio en un 80 por ciento, muy alejado del desdén empresarial sufrido 30 años atrás.

Como ex alumno de esta casa de estudios, como ciudadano, me satisface haber vivido lo suficiente para verla como es en el presente.

Con este balance la UAT se asoma a otra etapa, de la mano con el nuevo rector Dámaso Anaya Alvarado, quien llega a un terreno aún con muchos retos pero también con amplios atributos docentes y estructurales.

No cabe duda alguna: Dada la experiencia de Anaya Alvarado en la vida pública será una administración productiva tanto en la academia como en su vinculación social. El apoyo del gobernador, dicho por él mismo, será irrestricto y esa alianza sólo puede dar como resultado una mejor universidad. Es un inmejorable inicio de la rectoría.

UNA ACOTACIÓN

Con toda esta parrafada debo hacer una acotación:

No coincido en las voces que acusan un grave atraso de la UAT en toda la administración rectoral recién reemplazada. Al margen de sus filias políticas y su evidente vinculación con el infumable ex gobernador Francisco García Cabeza de Vaca, el anterior jefe universitario tuvo un desempeño por encima de lo regular, al actualizar modelos educativos anacrónicos en esta casa de estudios y fortalecer los vínculos uateños con los sectores productivos.

No puedo meter las manos al fuego ni mucho menos por la anterior rectoría en el manejo de las finanzas universitarias, pero en la academia y organización, en mi percepción deja Guillermo Mendoza en dos años un saldo docente que pese a todas las posibles flaquezas de su administración, debe ser valorado…

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