Suponemos que no será agradable que de repente alguien descubra que un hijo nuestro se encuentra inmerso en problemas de drogas o sustancias prohibidas. Entendemos que no es la mejor noticia, a menos que pertenezcamos a una familia que utiliza este tipo de cosas periódicamente y no nos importa envenenarnos y envenenar a nuestros hijos suponemos, también, que no nos importa mucho el pensar que pudieran terminar en una fría celda en alguna cárcel mexicana.
Muchas veces, con la tranquilidad de todos los días, y con un exceso de confianza, “olvidamos” hacer algunas revisiones a la biografía de nuestros herederos, dejando al “ahí se va” el cuidado y la formación que tenemos que entregarles, procurando convertirlos en personas de bien y que tengan una vida honesta, recta, justa y limpia, por lo menos.
En ese sentido, los gobiernos han instrumentado programas de prevención en el uso de sustancias y productos adictivos cuyo daño está comprobado; tristemente, hemos visto la forma en que jóvenes fallecen víctimas de sus propios errores, y nos ha tocado ver el llanto de arrepentimiento de un padre o una madre que no tiene comparación con ninguna forma de dolor posible.
Saber que ha terminado la vida de ellos por drogas o sustancias prohibidas es una de las cosas más terribles, y de ello no hay duda.
Pero ¿qué debemos hacer entonces los padres? ¿espiarlos? Jamás.
No se trata de espiarlos, de esculcar sus cosas, pero sí al menos debemos aprender a reconocer síntomas posibles de consumo de drogas, y en ese sentido, hay programas que manejan los gobiernos mediante las instancias sanitarias y otras, en donde se nos puede ayudar antes de que sea demasiado tarde.
Iniciamos con el tabaco y el alcohol: cuando nuestros hijos toman nos sentimos muchas veces orgullosos porque “se está convirtiendo en hombre”, o les permitimos consumir tabaco porque se ven más adultos, más varoniles o más “de mundo”, según sea el caso.
Podríamos leer un poco y darnos cuenta de lo que daña el tabaco, o los daños tan espeluznantes que ocasiona el exceso de alcohol.
Finalmente, son nuestros hijos y debemos procurar lo mejor para ellos, aunque como padres seguramente tenemos muchos errores, ya que no somos perfectos y nadie nos enseñó a ser padres, ni la forma en que reaccionarían nuestros hijos cuando adolescentes o en etapas difíciles por el desarrollo ismo del ser humano.
Podríamos preocuparnos mucho más y dejar a un lado las penas: ser claros y que sepan que estamos pendientes. Hay casos de chicos que acuden a la escuela y ahí se drogan, y sus padres aparentemente no saben nada, o de plano, están fingiendo no saberlo por la incapacidad de saber como reaccionar ante tales eventualidades.
Realmente urge nos pongamos la pila: los consumidores de productos tóxicos están en todas partes y pueden ser nuestros hijos que, por alguna presión o debilidad cayeron en ese consumo. Recordemos que muchas veces, por ser aceptados en el grupo social al que pertenecemos es que caemos en usos y abusos, en consumo y peligro.
Es posible acudir a una unidad de salir de la Secretaría de Salud a pedir apoyo para enfrentar un conflicto que, hoy puede ser fácil de abordar. Dejarnos de la vergüenza de decirle a un amigo o conocido que su hijo consume fármacos sin temor a que nos mande al diablo por metiche. Pensemos que fueran nuestros hijos: ¿no agradeceríamos que alguien nos ayudara a prevenir daños mayores?
No es tema fácil, pero es muy necesario enfrentarlo. Las drogas están en nuestros jóvenes, están con ellos y alrededor de ellos como ha sucedido históricamente. Hagamos algo por evitar que sean víctimas de este flagelo.
Hoy, trabajemos por evitar drogas en nuestros hijos, y hagamos lo que nos corresponde: apoyarlos siempre y guiarlos adecuadamente.

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