Iniciar el Nuevo Año con el firme propósito de cambiar para mejorar, en ocasiones, no depende de nuestra voluntad. Ayer, último día de año 2017, me dejé querer por los buenos propósitos y los nobles sentimientos de mis seres queridos, rompiendo con ello una tradición: El ocuparme de organizar con María Elena, mi esposa, la celebración del Año Nuevo. Por años, ofrecimos nuestro hogar a nuestros hijos, a mi madre y a mis hermanos Aminta y Jorge, para que en comunión agradeciéramos a Dios el habernos permitido vida y salud durante el año, y pedirle, igualmente, las mismas bendiciones para el año nuevo; pero de pronto, todo dio un giro inesperado, mi madre, fue invitada en está ocasión, a la citada celebración, por mi hermana Claudia, quien siempre la atiende como si fuera una reina y está pendiente de ella, como lo están también mis hermanos Isabel, Aminta Josefina, Antonio, Martín Leonte, José Manuel, Virgilio Felipe y Miriam Eunice, y por supuesto, espiritualmente Abigail, esto, por tener su domicilio actualmente en otro país; entonces fuimos invitados por nuestros hijos María Elena y José a la calidez de su hogar, dónde convivimos alegremente, y en plena armonía; mas he de reconocer, que extrañé mucho la presencia física de mi madre, pero sé que su espíritu estuvo conmigo, como siempre lo ha estado, con el hijo que quizá hoy se vea más alejado de ella físicamente, mas no espiritualmente, como así lo sabe mi Señor.

El paso de los años, nos exige a los seres humanos, tengamos mayor prudencia y nos invita a cuidar nuestro cuerpo físico, además, poco a poco vamos entendiendo cuál es el verdadero significado de las celebraciones del mes de diciembre: Sí, a la reunión familiar en un ambiente de alegría, pero sin olvidar, que el centro de nuestro festejo es el júbilo por sentir el amor que emana de la luz del mundo: Jesucristo. Sí, a beber y comer alimentos como en toda fiesta, pero sin llegar a degradar los propósitos de la misma, como suele suceder en muchos casos, y en estos momentos en mi barrio, donde algunos vecinos con exceso de alegría, quebrantan la paz y la armonía de los hogares circunvecinos, con el pretexto de celebrar el Año Nuevo.

Lo anterior me lleva a preguntar: ¿en realidad los mexicanos deseamos que las cosas cambien en nuestro país? Por lo general, siempre estamos quejándonos de que hemos tenido malos gobiernos, pero habría que tomar en cuenta cómo los ciudadanos contribuimos con nuestro comportamiento inadecuado al violentar los derechos de los demás a que las malas prácticas de civilidad propicien la cultura de las conductas deshonestas, y que se reflejan como tales, en las personas que llevamos al poder. Si no generamos un ambiente de armonía y paz en nuestros hogares ¿cómo podemos exigirle al gobierno que ponga orden en el país?

Iniciar el Año Nuevo con el firme propósito de cambiar para mejorar, en ocasiones, o casi siempre, no depende de la voluntad de los que en verdad queremos un mejor país.

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