Realmente preocupante resulta el hecho de ver las noticias de la semana pasada, donde en dos acontecimientos cuatro mexicanos perdieron la vida: dos en uno y el resto en un acto similar, producto de la barbarie que propició el linchamiento de éstos, por suponer que eran delincuentes.

Las imágenes son terribles y rozan co el horror de cualquier película de suspenso y más, violencia y hechos que nada tienen que ver con lo que debiéramos fomentar en la sociedad para lograr una convivencia adecuada.
El que una turba encolerizada tome “justicia” por su propia mano es un símbolo de preocupación, aunado a lo que se ciñe en su entorno, como el que difícilmente detienen a quienes cometen estos actos.

Ya había otros hechos muy similares, donde una intervención de la policía o ejército detuvo los asesinatos masivos. No es nuevo el que la gente se canse de que no hay justicia y quiera hacerla valer a como dé lugar.
La explicación que unos otorgan a estos actos es la impunidad en que vivimos: casos como los de la señora Gordillo o el ex gobernador Duarte no nos dejan ver más que hay una justicia que tiene precio o que recibe instrucciones.

Muchas personas son presas por encargo político, por decisión de alguien más que por un acto de justicia, y los verdaderos delincuentes, en la calle, como puede ser el caso de quienes inclusive han sido premiados con senadurías o diputaciones, que tienen fuero y una larga cola que les pisen.

El asesinato de cuatro personas refleja el hartazgo de la gente, las ganas de que al menos una vez se vea un caso justo. No somos partícipes de esta violencia, y lo reiteramos, pero debemos detenernos y pensar por qué está sucediendo.

Es como cuando un hijo no es atendido a tiempo y nos horrorizamos al verlo convertido en delincuente o drogadicto, en asesino o más, y le reprochamos el que nunca había visto en casa conductas de esa naturaleza.

Y, cuando inició su camino equívoco, nos horrorizamos, cuando debimos plantearnos una solución a tiempo al captar las primeras señales. México tiene problemas de inseguridad no de ayer o ahora, sino de hace mucho tiempo, y es el momento en que tenemos que enfrentarlo y no asustarnos por los linchamientos, sino preocuparnos para encontrar el por qué, que ya lo sabemos; ahora, seguirá el cómo evitar estas conductas.

La prevención en medicina es determinante. En cualquier disciplina que emprenda el ser humano se convierte en vital: imaginemos a un arquitecto que no prevé lo que puede suceder en la construcción, o a un agricultor que no fumiga porque considera que nunca habrá plagas: todo debe pensarse y procurar su prevención, pero a tiempo.
Difícil es curar a un farmacodependiente consumado: mucho más que a alguien que inicia en esa actividad.

Y así podemos ver los aspectos que esta semana nos hicieron abrir los ojos. Es tiempo que todos hagamos una exigencia real para que frenemos la impunidad que en todos niveles se presenta. Que dejemos de alentar a los tránsitos abusivos y a los policías que detienen borrachitos para sacarles los 15 o 50 pesos, así como a los que tienen grandes misiones, y pedir que la corrupción se esfume: que los órganos de control funcionen como tales y no haya perdón ese que deja libres a los delincuentes y hasta los premia.

México merece atención real y no discursos. No queremos aplicar el “perdón y olvido”, sino buscar la forma para que no se vuelva a repetir este tipo de acciones.

Conocemos muchos políticos insultantemente ricos que dicen que han sido honestos. Indaguemos, hagamos valer las leyes y conformemos una sociedad justa que actúa en consecuencia.

De otra forma, lo que se diga o haga servirá para dos cosas.

Comentarios: columna.entre.nos@gmail.com