The Economist publicó su índice «capitalismo de cuates»; acumulación de riqueza empresarial por influencias políticas y por encima de las reglas de eficiencia y competitividad de los mercados. En el índice de cada país están los superricos con más de mil millones de dólares en su haber y cuánto representa esa riqueza del PIB nacional, diferenciando entre la que tiene que ver con contratos, concesiones o prebendas del gobierno y la que deriva de negocios ajenos a cualquier canonjía.

El índice transparenta el indebido poder político del que dispone una oligarquía con poder económico. No hay nación en la que algún círculo de poder económico no reciba favores. Cuando el peso de ese trato privilegiado a una minoría es excesivo en ramas estratégicas (banca, energía, telecomunicaciones), las oportunidades para otros en cualquier campo se reducen o cancelan. Los milmillonarios mexicanos acaparan 10% del PIB nacional y 1% lo generan negocios alejados del gobierno. En Alemania, los superricos controlan 19% del PIB y menos de 1% se asocia a oportunidades que se obtienen por influencias políticas. El peso excesivo de una oligarquía privilegiada por el gobierno resulta de corrupción, inadecuada legislación o fragilidad institucional para hacerla valer, y de las actitudes y cultura empresarial forjadas por la historia.

La oligarquía de México y su control del 10% del PIB es la quinta políticamente más poderosa entre los 43 países que cubre The Economist, y es constatable que lo logró por la cercanía que hace décadas mantiene a un gobierno débil y corrupto. La cultura de esa oligarquía no es emprendedora. Durante el siglo XIX no hubo inversión nacional lista a correr riego y los liberales tuvieron que atraer capitalistas extranjeros, en cuyas manos el porfiriato dejó entre 90 y 100% la minería, petróleo y agricultura de exportación. La Revolución recuperó esas actividades. Hecha gobierno, creó el empresariado con una industrialización cuidada con aranceles y favores fiscales que garantizaran su rentabilidad. De ese empresariado, el que se vinculó a la banca, la obra pública y a la explotación de recursos naturales (minería), fue el que acumuló más poder económico y político.

Desde entonces aumentan las élites económicas con poder en el gobierno. La venta de empresas públicas con Salinas generó grupos dueños de telecomunicaciones y televisoras. La enajenación que decretó Zedillo de la banca a corporaciones extranjeras creó una poderosa oligarquía que reta al Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial. López crea una oligarquía que suma a la fuerza de las armas (Ejército y Armada), un gran poder económico y político con la ventaja que no está sujeta a transparencia ni a rendición de cuentas. La conjunción de poder económico y político en élites civiles representa el conservadurismo en defensa de sus posiciones de privilegio; por la misma lógica defensiva debemos temer que el empoderamiento económico y político de las fuerzas militares hará irreversible la preeminencia adquirida en el gobierno y en la vida política nacional.