Hay varios elementos que harán de la próxima elección presidencial un acontecimiento inédito y sin precedentes para México.

Por primera vez en la historia, el PRI no tiene candidato propio para competir por el cargo más importante de todo sistema político republicano: la presidencia, lo cual es ya sin duda alguna un síntoma de que se están removiendo las estructuras históricas del país; algo está pasando con la política en México, y acaso tenga que ver con el hecho de que, en cierto modo, el sistema político del siglo XX mexicano está llegando a su fin, sobre todo si partimos del hecho de que su surgimiento se remonta al año de 1929 cuando, al año del asesinato de Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles fundara el Partido Nacional Revolucionario (que sería algo así como el abuelo del PRI) para “pasar de las armas a las instituciones”, habiéndose tratado entonces del surgimiento de un partido “desde, para y por” el poder político.

Por primera vez en la historia, dos mujeres, Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez, figuran como candidatas con posibilidades reales de ganar las elecciones presidenciales, es decir, que no se trata de candidaturas testimoniales o complementarias (de relleno), como tantas veces vimos en el pasado reciente, sino de la evidencia de que, de seguir todo hasta como está en estos momentos, México tendrá a una mujer sin militancia previa en alguno de los dos grandes partidos históricos, PRI y PAN, como jefa del Estado para el sexenio 2024-2030, cuestión que supone un avance extraordinario desde la perspectiva del protagonismo de las mujeres en la nueva configuración de la vida política nacional.

Por primera vez en la historia, la principal coalición política y gobernante del país (que tiene la presidencia y las gubernaturas de la mayor parte de los estados de la república) llevó a cabo una suerte de elecciones primarias abiertas (que se concretizaron a través de una encuesta a nivel nacional) a la ciudadanía para la elección de su candidatura presidencial en un proceso que, sin perjuicio de los resultados polémicos, así como de la altísima complejidad logística, operativa y de coordinación implicada, dejará el antecedente extraordinario del esfuerzo que es posible realizar desde los partidos políticos en aras de la democratización de sus procesos y vida interna.  De igual forma, la Alianza por México intentó también un ejercicio inédito de elecciones primarias, que terminaron no siéndolo dado que declinaron todas las personas que aspiraban a la candidatura presidencial, dejando como última y única opción a Xóchitl Gálvez.

Además de estas variables inéditas para México, ocurre también que se está perfilando una posición de tercer jugador en disputa con gran fuerza y trayectoria, la del ex canciller Marcelo Ebrard, que como tampoco nunca antes en nuestra historia reciente supone la configuración de un escenario político de alta competitividad en la que una tercera variable podría ser decisiva para inclinar la balanza electoral.

Aunado a todo esto, hay dos variables de gran importancia para México de carácter internacional o geopolítico: por un lado, el peso ha tenido una apreciación extraordinaria en relación con el dólar, habiendo llegado a niveles solamente vistos en 2015 por virtud de cuatro razones principales: la cuantiosa entrada de dólares a la economía mexicana; la consistencia operativa y verdaderamente autónoma del Banco de México; el diferencial entre las tasas de interés de México vis a vis las de Estados Unidos, siendo más atractivo para los inversionistas el nivel de nuestro país; y la dinámica de disminución de aversión al riesgo registrada en los mercados, que están apostando a la adquisición de monedas emergentes como medio de inversión.

Por otro lado, los dos grandes imperios de este momento, Estados Unidos y China, se encuentran en una fase de confrontación abierta, como consecuencia de lo cual el fenómeno del “nearshoring” (reubicación de empresas norteamericanas que empiezan a trasladarse del lejano oriente al territorio nacional), se perfila como una alternativa ciertamente extraordinaria para los efectos de la atracción de inversión extranjera directa, y por tanto de ingreso masivo de dólares como dinámica que juega en beneficio de la apreciación del peso, circunstancia que ofrece un escenario internacional también de cierto carácter inédito desde las perspectivas a futuro para México.

Por todo esto, quien gane la elección presidencial –que por primera vez en la historia será una mujer; que por primera vez en la historia no militó nunca ni en el PAN ni en el PRI y este último por primera vez en la historia no contenderá con candidato propio; deberá tener claridad sobre la forma en que conformará su gabinete para aprovechar la oportunidad única, tal vez, en la historia, que representa el nearshoring para nuestro país, y para que se dé así un mayor crecimiento económico con equidad, es decir, un crecimiento económico que abata la pobreza y erradique de una buena vez la aplastante e insultante desigualdad de México.

 La autora es Secretaria General de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión