El PRI tiene décadas de mostrar señales importantes de rompimiento del elemento que le hizo fuerte, el hecho de que sus representantes, activistas, simpatizantes y votantes aceptaban toda imposición bajo la consigna, es la unidad, la fuerza del partido.
El carismático López Mateos enfrentó duros reclamos de ferrocarrileros y médicos, así como guerrilla en Guerrero y Michoacán. Díaz Ordaz utilizó la fuerza armada contra mexicanos el 2 de octubre de 1968. Luis Echeverría vio renacer la guerrilla en Guerrero, sin embargo desparramó “bienestar social” en el campo mexicano sin producir riqueza pero provocó enorme déficit que llevó al peso a la devaluación. López Portillo y Miguel de la Madrid vieron transcurrir sus administraciones entre inflación y devaluación del peso. Ambos eran ajenos a las corrientes políticas de tradición, que veían perder su fuerza política dentro del PRI, y el surgimiento de una nueva clase, los tecnócratas, lo que se sumó a las debilidades mostradas por el PRI-Gobierno. Aunque se nacionalizó la Banca, la privatización de empresas del estado se puso en marcha. Este estatus provocó rompimiento de fuerzas políticas que en las urnas lograron llevar al paredón al oficialmente ganador, Salinas de Gortari.
Se aceleró la privatización de empresas; la corrupción se apoderó del esquema de gobierno, el asesinato público, sin encubrir, para ajuste de cuentas, la herramienta máxima de la revolución, regresó a la política mexicana. Zedillo recibe un desastre financiero al que Salinas se negó a enfrentar para acotar el enorme daño que se generó a la población mexicana. Del segundo, al sexto año de administración, Zedillo llevó la economía a crecer 6% anual, porcentaje no visto en 25 años de administración federal priista.
El hartazgo social ante la ausencia de valores entre los políticos del PRI para guiar a México por buen camino llevó a Fox y a Calderón a los Pinos. En doce años el desencanto hizo regresar al PRI con Peña Nieto. En 5 años, Peña Nieto tiene calificaciones reprobatorias para los mexicanos por doquier se le examine. Tal vez para el Fondo Monetario Internacional, Peña Nieto sea buen administrador.
Considerar que un gerente, sin filiación priista, sea candidato político que lleve al PRI a la reelección en los Pinos parece obedecer más a que en sus filas el PRI no encontró un elemento decente, valioso, a que eligieron un gerente que se entregó a un grupo de poder lejano del interés de la población, entregado a la corrupción imponiendo impunidad.
El candidato del PRI a la Presidencia de México luce pasivo, ajeno a enfrentar los señalamientos de corrupción, violencia y pobreza de los cuales es responsable el partido que lo postula. No se va a ganar el voto sin explicar la manera de fortalecer el Estado de Derecho, cómo hará respetar los derechos humanos, cómo va a acabar con la corrupción, cómo acabará con privilegios que lesionan y ofenden a los mexicanos porque de que se puede se puede, basta con alinear promesas del candidato y que el PRI con acciones demuestre que son realidad de campaña, no proyecto de gobierno.
Que el PRI de manera explícita y pública exija la intervención de las instancias oficiales responsables para que investiguen a quienes incurren en desviaciones, omisiones y enriquecimiento ilícito en el ejercicio de su función pública. Ejemplos de este estatus de corrupción e impunidad hay demasiados en cada ciudad, en cada entidad federativa mexicana. En México pasó el tiempo de que un candidato convenza al elector, es responsabilidad ajena a Meade, es absoluta y total responsabilidad del PRI y de cada uno de los partidos políticos.
Es el momento histórico de que los partidos políticos demuestren con acciones, que los mexicanos podemos creer en políticos que hasta ahora y por décadas sólo nos han hecho sufrir. De no hacerlo, hasta la esperanza le roban a los mexicanos.