De pronto, nos encontrábamos platicando, un pequeño grupo de amigos, en una reunión con motivo de un cumpleaños; durante la plática, surgió la siguiente pregunta: ¿Qué estamos haciendo con nuestra vida? Alguien respondió: estamos viviendo; y otro preguntó en seguida: ¿Y eso es bueno o es malo? Todos reímos por la ocurrencia pero ¿a qué se refería con eso? parece una pregunta sencilla de contestar, porque de una forma u otra, todos, voluntaria o involuntariamente, generamos acciones buenas y malas, pero seguramente el peso emocional de unas y otras, suele ser diferente. Nadie que siendo buena persona, teniendo un corazón noble y con buena cimentación moral, estando con plena conciencia, se atrevería a generar cosas malas; pero de hacerlas, no estaría en este estado de concentración mental donde por lo general se está generando armonía y paz interior.
Si logramos vivir con plena conciencia, podríamos evitar la entrada a nuestra mente de pensamientos negativos, y con ello logaríamos blindarnos ante el desarrollo de trastornos como la ansiedad y la depresión.
Muchas de nuestras respuestas ante situaciones estresantes, son más instintivas que inteligentes; la constante exposición a factores de riesgo, en ocasiones, sacan de nosotros respuestas instintivas, de ahí que no suelen ser las más adecuadas, pero si las más oportunas, aunque el resultado se traduzca en mayor carga de preocupación, y con ello condicionan patologías no deseadas.
Sin duda que vivir a plena conciencia, nos permite discernir la posibilidad de rechazar aquello que bloquea nuestras oportunidades para allegarnos salud y con ello la tan anhelada felicidad.
Concientizarnos al hacer todas las cosas, nos abre el camino para el desarrollo de la conciencia espiritual y esto nos permite encontrar el verdadero sentido de la vida. El estar conscientes espiritualmente, nos permite conducir con ética.

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