Los extremos, en todos los casos, suelen ser dañinos, reza una vieja frase popular.
Un ejemplo de esas circunstancias aqueja hoy en México a la figura presidencial en lo que al trato político, mediático y en redes sociales, se refiere. Intentaré explicar esta percepción personal.
En primer lugar, no concibo de manera alguna –como parece que está sucediendo– volver a los viejos e indeseables tiempos de la divinización de esa institución. Fueron nefastos esos días del “¿Qué hora es?” y la consabida respuesta de “la que usted quiera señor Presidente”. Ya no, por favor.
Sin embargo, al margen de esa aberración, me atrevo a pedir el retorno de uno de los factores que en el ayer era un valor intrínseco de esa investidura:
El respeto.
Lo extraño, en verdad.
En lo personal, me queda claro que después de poco más de 120 días de haber concluido, el sexenio de Enrique Peña Nieto dejó a los mexicanos una herencia lamentable en muchos casos y entre lo deprimente, en mi opinión, está la pérdida total de ese respeto a la primera autoridad del país.
El período peñista dejó un legado justamente ganado de desprecio a la Presidencia de la República, reflejado penosamente en su imagen. Usted lo sintió, lo vio, lo leyó y lo escuchó un día sí y otro también. Tal vez hasta aportó a ese balance, a lo cual tenía y tiene todo el derecho.
Pero, el odioso pero…
La valoración social y mediática a esa administración, en muchos casos dejó atrás la crítica sensata a sus acciones para poner en su lugar la ridiculización contumaz del Poder Ejecutivo. Para decirlo en una frase, convirtió a la que fue la figura más respetada de México en un payaso callejero.
En ese giro histórico, estoy convencido de que perdimos una figura necesaria para el orden nacional que con sus defectos y virtudes significaba un punto de equilibrio, hoy convertida en forma lamentable en el blanco de cuchufletas, burlas hirientes y sobajamientos que en muchos casos a falta de argumentos serios alcanzan el nivel de insultos de callejón.
¿Podremos algún día recuperar el respeto a la figura presidencial?
¿Podremos un día volver a ver como prioridades al empleo, a las inversiones productivas, al bienestar social o a la consolidación de la familia, entre otros renglones, y dejar de reemplazarlos con chacoteos y palabras soeces?
No nació ese tratamiento con Peña Nieto, pero sí se desbordó en forma desmesurada con él. Ni siquiera Vicente Fox sufrió de manera tan ácida esa conducta social. Menos Felipe Calderón.
Sólo lance una mirada en retrospectiva al mandato peñista, donde dijimos adiós totalmente a ese respeto, porque en el mismo fue más importante que su papel de Presidente, el color de sus calcetines, su gusto o disgusto por leer, sus equivocaciones geográficas, sus gazapos gramaticales o la profesión de su esposa, mejor conocida por un apodo que por su nombre.
Tan profundo fue el daño, que sus efectos los sufre hoy Andrés Manuel López Obrador. Casi nada de lo que anuncia o pone en marcha se analiza a la luz de la objetividad y son pocos los que opinan sin carga política o pasional. Lo que diga o haga el Presidente –él sin duda abona a eso con sus polémicas decisiones– lo tasamos en automático en términos del pitorreo. Como dato, los “memes” en redes quintuplican las notas formales.
En verdad, extraño el respeto que definía a la investidura presidencial.
Quizás la mejor definición de este cotilleo político es una escena de la película “Gremlins”, en donde uno de ellos mata de un pistoletazo a otro de sus congéneres y lo justifica con una frase casi genial:
“No es correcto, pero es divertido…”
Twitter: @LABERINTOS_HOY