Nada raro tiene para los partidos políticos y el sistema electoral mexicano, el llamado “pase de charola”.
Ha sido una practica histórica de todos los institutos de ese tipo y en forma particular del Partido Revolucionario Institucional durante décadas, la cual resultaba sumamente productiva. Prácticamente no había quien se negara a esas aportaciones porque el reembolso estaba virtualmente garantizado por los candidatos que en ese tiempo cumplían mas un protocolo social y legal, que realizar un esfuerzo real para ser electos.
Hoy, no descubro el agua tibia, es diferente el escenario.
No hay ya garantías de ver ese dinero de vuelta a los bolsillos de quienes contribuyan; vamos, ni siquiera hay posibilidades sólidas ya no de multiplicar el dinero entregado a la causa, sino por lo menos de recuperar ese gasto que alguna vez fue considerado una inversión.
Y ese es precisamente el reto que hoy enfrenta Edgar Melhem, el nuevo presidente estatal del tricolor tamaulipeco y para muchos de sus militantes -queda claro en la positiva respuesta a sus convocatorias- una luz de esperanza para volver a ser competitivo en las urnas.
Me atrevo a resumir ese desafío en una frase: La receta es convencer.
¿A quién o a quienes?
Pues a los dueños del dinero obtenido durante muchos años, arropados por el PRI. Dinero sí, ese factor tan despreciado como amado, que en los procesos electorales juega un papel tan fundamental como el propio poder gubernamental. Sin duda no lo es todo, ¡pero cómo ayuda!
Para visualizar de una manera más clara este escenario, expongo un pequeño ejercicio aritmético, derivado de una pregunta: ¿En realidad puede el Revolucionario Institucional volver a ser un actor de polendas en los comicios?
No me juzgue romántico, ignorante o algo peor, pero sí lo creo posible.
Le invito a lanzar una ojeada al ejercicio mencionado, en donde abriré la puerta a los números. Que hablen ellos.
En la campaña electoral más cercana para la gubernatura, los dos partidos entonces hegemónicos, Acción Nacional y el Revolucionario, destinaron cada uno alrededor de 800 millones de pesos -es muy posible que me quede corto- para buscar el voto de los tamaulipecos.
Con la visión de un aprendiz de financiero y aplicando un prudente porcentaje inflacionario, se podría aventurar que dentro de dos años esa cifra podría alcanzar mil millones. Se lee y se escucha descomunal, pero es la realidad en un Estado como Tamaulipas que por su enorme complejidad geográfica, política, social, cultural y económica, requiere de un esfuerzo extraordinario en ese terreno.
Y la pregunta es natural: ¿Podría el PRI contar con un apoyo de ese tamaño?
Como dicen los viejos: Arrastremos el lápiz.
En el Estado hay mucho más que mil encumbrados personajes priístas enriquecidos de manera muy evidente en la vida pública. Si sólo cien de ellos aportaran -regresaran- 10 millones cada uno, cantidad que es un sueño para casi todos pero un pellizco para ellos, reunir los mil millones sería como dicen los españoles, coser y cantar.
Pero abramos más el abanico.
Si fueran 200, apoquinarían como dicen en caló chilango, 5 millones por cabeza. Si fueran 500 -sólo la mitad de los pudientes- serían 2 millones. Para usted y para su servidor ese dinero sería la solución de nuestras vidas, pero para ellos sería no ir este año de vacaciones a Europa o no comprarle el último modelo de un automóvil Audi al cachorro más pequeño del hogar.
¿Verdad que ya no parece tan fantasioso?
Tiene Edgar este año para trabajar sin la presión de un proceso electoral. Lo digo sin rubor porque es la verdad: En las condiciones actuales del tricolor es quizás el único que lo pueda lograr y reivindicar una vieja frase de la política mexicana:
Aquí, nadie se muere hasta que se muere…

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