Aquí estoy, tomado de tu hermosa y delgada mano, en un momento, un tanto tan inesperado, en esa soledad que exhibes y nadie parecemos ni queremos entender, y si alguno la entiende por casualidad, igual termina por desesperar, porque tu tiempo pareciera que ya no vale igual, como antes a valía; pero no nos juzgues con rudeza, porque no somos despiadados, te aseguro, que todos te amamos, como tú nos has amado, pero resulta que nuestro tiempo va corriendo demasiado, por eso nos vemos tan ansiosos, tan desesperados cuando estamos a tu lado.

Mira, yo estoy aquí cuando menos lo esperabas, sin duda te parecerá extraño, porque ya te he acostumbrado a verme en un horario extremo y de salida, allá cuando el sol del día nos ha dejado, cuando la noche te invita a que lleves tu cansado cuerpo a descansar y para que tu confundida mente, deje de jugar contigo.

Quiero que sepas, que siento mucho cuánto te pesa hoy esa sensación de eterna soledad que experimentas, porque tu gran espíritu siempre estuvo acostumbrado a vivir rodeado de otros espíritus menores, que vivíamos a expensas de la poderosa luz que emanabas y que en mucho contribuyó para guiarnos por el buen camino.

Quiero que sepas, que sigo necesitado de ti, de tus consejos, de tus caricias, de tu infinito amor y de la pureza de tu espíritu, porque si hay algo en la tierra más cercano a Dios, eres tú, siempre abnegada, siempre preocupada por sus hijos, así como la madre de mi Señor lo estuvo de su hijo Jesucristo, porque su corazón, lo mismo que el tuyo, siempre supo que jamás podría separarse de lo que siendo de todos, fue primero suyo.

Aquí estoy, tomado de tu mano, para que sepas que siempre estaré contigo, aunque no me veas demasiado, pero sé que me sientes muy dentro de ti, en ese maravilloso corazón de madre, que tanto amor nos ha obsequiado.

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