Hace unos días, mi nieto Emiliano de diez años me preguntó cuál era la finalidad de que yo estuviera escribiendo tantas cosas durante tantos años, yo le contesté, que mis escritos eran como pequeños regalos que yo obsequiaba todos los días a las personas que quieran recibirlos. Como todo niño, Emiliano comentó que a él le gustaba recibir como regalo algún videojuego, y más, si éste era una sorpresa y se encontraba envuelto para la ocasión, porque siempre sentía una gran emoción al abrir los paquetes y encontrar precisamente aquello que había deseado. Le respondí que efectivamente, el recibir lo que se desea, sobre todo, cuando menos lo esperamos, resulta ser motivo de gran felicidad. Mi nieto hizo una breve pausa y me preguntó si tenía muchos amigos; le contesté afirmativamente, y evidenciando su gran capacidad de raciocinio el niño dijo: _Entonces, ya sé porque escribes tanto, porque de esa manera te ahorras los regalos que deberías hacerles, me parece bien, pero, seguramente se pierden la emoción de la sorpresa. No lo creo, le contesté, me parece, que todos aquellos que leen mis pequeños regalos, siempre encontrarán una sorpresa en ellos. El niño, dudando de lo que le decía, me pidió le diera ejemplos. Pensé en la mejor forma de explicarle, pues me pareció que lo estaba confundiendo y entonces le dije: _Muchos de nosotros, los adultos, nos olvidamos de lo hermoso que es vivir con amor la vida, los niños son más felices porque tratan de disfrutar cada momento del día, de ahí que los veamos correr, subir, bajar, reír y las mayor parte del tiempo jugar; en cambio los adultos, abandonamos todo aquello que nos hizo felices en nuestra infancia, pensando que por ser mayores, ya no tenemos edad para hacerlo. Esos escritos que yo comparto con mis amigos, son como un pequeño regalo, para recordarles, que para ser felices no hay una edad; porque si bien es cierto, que un niño puede disgustarse con otro o con sus padres, también lo es, que ese disgusto no se convierte en odio, pues a los pocos minutos, la energía que brota de la inocencia de una vida saludable, habrá perdonado todo sin dejar rencores; en cambio, los adultos, le damos demasiada importancia a las ofensas, de tal forma que preferimos quedarnos con la amargura, incluso, hasta el final de nuestros días, perdiéndonos de los pequeños grandes regalos de la amistad y del gran regalo del amor que Dios nos obsequió. El niño pareció conforme con la explicación y se retiró de mi lado y cuando todo parecía olvidado, llegó el día de mi cumpleaños, mi nieto esperó a que todo aquél que me amaba me felicitara y ya a solas puso en mi mano un escrito, en la introducción pude leer: Recibe abuelo este pequeño regalo, donde te hago saber el gran amor que siento por ti.

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