Hay que ser conscientes, de que hay momentos en los que nos olvidamos de la abundancia que hay en nuestra vida, por pensar en aquello que nos parece que nos falta, pero, que al tratar de solventar esa necesidad, nos topamos con la imposibilidad de no poder satisfacerla, porque sencillamente, no sabemos de qué se trata, de ahí que estemos dando palos de ciego, esperando poder acertar; pero mientras eso ocurre, el insistente esfuerzo da lugar a que se arraigue en nuestra mente la idea de que algo nos hace falta para ser felices; entonces; esa misma conciencia que despertó nuestra inquietud nos hace despertar a una realidad de la que solamente podemos descansar, cuando pedimos a Dios su ayuda para resolver tan inexplicable dilema. Viene a mi memoria ese versículo del Evangelio de Jesucristo que nos invita a llenar el vacío interior con la sabiduría que hay en su palabra “Pedid y se os dará: buscad, y hallareis: llamad y os abrirán. Porque todo aquél que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” ( Mt 7:7-8)
Yo empecé a pedirle a Dios cosas que a mi entender eran difíciles de satisfacer, olvidando que para Él no hay imposibles, más la idea que tenemos los seres humanos de cómo esperar la ayuda del Señor, resulta por lo general equivocada, de ahí que, al no recibir lo que esperamos, pensemos que no hemos sido escuchados; la respuesta a nuestras plegarias siempre llega, pero tenemos que abrir nuestro corazón para que sea éste el que vea y no nuestros ojos que suelen observar sólo lo que están acostumbrados.
Para calmar nuestra ansiedad, Jesús nos dice: “La paz les dejo, mi paz les doy, yo no la doy como el mundo la da. No dejen que su corazón se turbe y tenga miedo” (Jn 14:27)
En aquella ocasión me encontraba renegando sobre mi mala fortuna, pensando que mi infelicidad se debía a que no había sido previsor al estar preparado en los días de la escasez del agua; estaba ahí, desnudo esperando que saliera agua de la regadera, algo que parecía imposible pues ya era costumbre que a esas horas se racionara el agua, al grado que en nuestro sector no salía ni una gota, molesto me le quedé mirando la regadera, estaba a punto de retirarme cuando de manera espontánea dije: Señor si tú quieres en este momento podría salir agua de esa regadera para poder bañarme, y entonces se presentó generosamente el flujo de agua esperado. Los escépticos podrán pensar que por casualidad se liberó un poco de agua, pero yo le doy el valor a la fuerza de mi fe y desde luego siempre confiaré en el poder de Dios.

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