Cuando parecía que empezábamos a ver el final de la pesadilla, surge de nuevo la zozobra ante la posibilidad de superar lo vivido en los últimos dos años en el mundo. Sin embargo, los niveles de vacunación contra el Covid-19 registrados en los países del primer mundo y en contraste, los frágiles índices alcanzados en países subdesarrollados nos ponen a todos en riesgo por la evolución de la pandemia, pese a estar inmunizados con una o dos dosis.
La OMS ha informado de una mutación del virus en África, a la que ha dado el nombre de Ómicron calificándola como “de cuidado”, con lo que se activaron rápidamente las alarmas, y varios países principalmente de Europa y Asia de inmediato decidieron cerrar de nuevo sus fronteras, ocasionando graves repercusiones económicas y sociales, como la baja en las bolsas del mundo y la devaluación del peso frente al dólar.
Por otra parte, diversos medios de comunicación han dado cuenta de grandes manifestaciones en los países europeos, donde miles de personas rechazan volver al confinamiento, urgen a abrir las fuentes de trabajo, a retomar las actividades de rutina y a seguir viviendo sin amenazas y en medio de una incertidumbre exacerbada, desde y por las noticias exageradas, tal vez manipuladas, de las mismas autoridades sanitarias, que debieran darnos un poco de tranquilidad.
La realidad se impone. La pandemia no ha terminado. El coronavirus está entre nosotros y dicen los expertos que ha llegado para quedarse, y también la nueva variante, como las anteriores y posiblemente vendrán más en tanto no cubramos el porcentaje de vacunados necesario para alcanzar lo que llaman la inmunidad de rebaño, pero ya no podemos quedarnos en casa encerrados, aislados, obligándonos a convivir solo con los más cercanos, con todo lo que ello conlleva, urgidos por las necesidades económicas difíciles de cubrir.
No podemos quedarnos expectantes mientras esto pasa, atrapados en un mundo donde la tecnología ha suplantado las relaciones humanas emocionales y laborales; es evidente la urgencia de restablecer nuestras amistades, nuestra convivencia en el trabajo, volver a reír y a jugar, conectar con el mundo exterior, con el aquí y ahora, a ser partícipes de nuestro hacer y no permanecer agazapados ante una realidad que sentimos que nos rebasa.
Estamos cansados, cayendo en el aburrimiento, en la apatía y muchos niños, adolescentes y personas mayores empezamos a presentar síntomas de depresión o rebeldía. Hoy en día se acusa a los jóvenes de ser responsables de las nuevas olas que se presentan de forma cíclica en todos los países sin importar raza, color, lengua o religión. Prefieren arriesgar su vida que seguir prisioneros del miedo, alejados de todo cuanto les representa diversión y actividad física y como desesperados abarrotan bares, clubes o centros deportivos. Todos a las calles parecieran decirnos. Ya basta de tanto miedo.
En el confinamiento, grandes y chicos hemos desarrollado una dependencia con la tableta o el celular, únicos medios que nos han permitido mantener una comunicación a distancia con nuestros seres queridos. Nuestras salas se han convertido en oficinas y los espacios de los niños, invadidos por monitores y carpetas y papeles y lápices y plumones, acabaron con la paciencia y la ternura de escuchar su risa, cuanto más su llanto.
Nos han obligado a estar solos, y no sabemos qué hacer con este silencio saturado de noticias alarmantes y angustiosas, que nos han llevado a perder de vista un horizonte prometedor, por el que luchábamos a brazo partido intentando alcanzar nuestros proyectos en tiempo y forma, porque sentíamos que estaba en nuestras manos hacerlo.
Ha sido tanto el ruido a pesar de estar aislados, que amenazó nuestra capacidad de concentración. Fueron tantos los escenarios que se nos plantearon que terminaron por hacernos perder de vista donde estábamos parados. Todo ha sido incertidumbre y ansiedad. Y aunque en muchas ocasiones hemos tenido que palpar muy de cerca la tragedia, no podemos renunciar a vivir.
Se hace necesario aprender a gestionar el estrés, el aburrimiento. Encontrar la manera de volver los ojos a nosotros mismos, encontrándonos con el desafío de aprender nuevas formas de convivencia con nosotros mismos, con nuestra familia y ahora con el virus que tarde o temprano dejará de ser novedad.
Necesitamos recuperar el equilibrio y la confianza en nuestro entorno. Dejar de mirarnos como una amenaza. Alejar de nuestra mirada la angustia y el temor. Poder tomarnos un tiempo de relax y volver a disfrutar el estar solos cuando así lo deseemos.
Ya sabemos de qué se trata y hemos aprendido que es posible vivir con la presencia del Covid-19, si nos vacunamos y nos aplicamos responsablemente a respetar las reglas básicas que hemos tenido que incorporar a nuestra rutina, como las medidas de higiene de usar gel antibacterial y lavarnos las manos frecuentemente, mantener la sana distancia y aunque ya nos parezca incómodo, usar el cubrebocas por el bien de quienes nos rodean y de nosotros mismos.
Evitemos una pandemia de salud mental como consecuencia del aislamiento social y el estrés que ocasiona no poder salir a trabajar para ganar el sustento de las familias. Ya se empiezan a hacer evidentes los estragos en toda la población.
Les comparto mis redes sociales:
Facebook: @MiradadeMujer7lcp
Twitter: @MiradadeMujer7