Desde casa escuché decir a mis padres que era necesario ser comedido, atento y solidario con quienes convivíamos a diario, que tender la mano cuando los veíamos en un apuro, era un gesto de gente honorable y generosa.

Que no esperáramos a que se nos pidiera ayuda, cuando estuviéramos conscientes de que era precisa, que fuéramos espontáneos, y sobre todo, que nunca hiciéramos un favor en espera de recompensa.

“Dios nunca se queda con nada”, me decían, “siempre habrá el momento en que te regresará multiplicado, tal vez no por el beneficiario de tus afanes, sino por alguien más que Dios pondrá en tu camino cuando lo requieras”.

Así, aprendí a tender la mano cuando vi que alguien necesitaba apoyo; fui solidaria con quien me despertaba un sentimiento de piedad y me llamaba a dar un poco de mi tiempo o de mis conocimientos. Y ciertamente, siempre recibí sobrado cuando lo necesité. Dios llenó mi vida de motivos, de salud, de muchas satisfacciones por las que nunca me canso de agradecer. Me siento plena y con mis manos colmadas de bendiciones. Pero ahora siento que todo ha cambiado y también la forma de dar y pedir ayuda.

Todos los días vivimos nuevas formas de relacionarnos, de mantener una sana convivencia y de sentir que somos útiles. El fondo sigue siendo el mismo, ser solidarios, comedidos, pero debemos entender el momento de las nuevas generaciones, para adaptar nuestros modos aprendidos y seguir siendo funcionales.

Antes era muy usual ceder al anciano el asiento, sorprenderlo tomando su brazo y ayudarlo a cruzar una calle, ahora, es preciso primero preguntarle si desea ser apoyado, lo mismo que a toda persona que tiene alguna discapacidad.

Se les motiva a diario a ser independientes, autosuficientes, a intentar vivir de manera cotidiana conscientes de todas sus limitaciones, pero reconociéndose y aceptándose como un ser completo con todo su potencial y la posibilidad de vivir en plenitud. Se ganan día a día nuestro respeto.

En muchas ocasiones al escuchar a un amigo compartir sus pequeños o grandes problemas, de inmediato sin apenas darnos cuenta, empezamos a dar consejos, sugerencias de cómo resolverlo llegando incluso a la crítica, al cuestionamiento. Que difícil ayudar sin tratar de imponer nuestros puntos de vista, apoyar sin obstruir su crecimiento.

He aprendido que a veces el silencio es de más ayuda. Si cada cabeza es un mundo, cada uno tiene la capacidad de análisis, de solución y con solo escucharse a sí mismo narrando su problemática, puede encontrar opciones para salir adelante. ¡Cuán necesario es desarrollar el hábito deescuchar antes de empezar a soltar una serie de recomendaciones que a veces ya son obsoletas, que están fuera de contexto de las nuevas realidades que se vivenactualmente!

Cuán necesario dejar hacer, permanecer observantes, para no ser entrometidos. Estar siempre presentes, sí, pero es importante aprender que quien no pide favores, quizás es porque está intentando encontrar su propia respuesta, su forma de hacer y decidir.

Facilitar las cosas siempre, hará que el esfuerzo por superarlas sea menor, que se fomente la costumbre de encontrar todo listo y ordenado, lo cual creará la falsa ilusión de vivir en un mundo perfecto, y más que necesitar pedir un favor, se alzará la voz y se exigirá como un derecho perdido, cuando algo esté fuera de lugar.

Si no se nos solicita un favor, es que no es necesario, por lo que es importante respetar los tiempos y el momento de privacidad del otro. Darle la opción a hacer su propio esfuerzo, a dominar su voluntad y alcanzar sus propios éxitos. Eso lo empodera y es la mejor forma de ayudarlo.

Suena lógico evitar imponer nuestra visión del mundo cuando todo ha cambiado. Los jóvenes, sobre todo, están intentando construir a su manera su nueva circunstancia de vida. Respetar su independencia, su autogestión, se hace necesario cada día, cuando las exigencias de autonomía son evidentes.

Todos tenemos las mismas necesidades humanas, y es fácil intentar dar sugerencias y recomendaciones cuando se está fuera del problema y nos parece obvia y sencilla la solución, pero no hay que olvidar que también es importante permitir que cada quien experimente sus propias fórmulas de aprendizaje.

Dicen que el mejor consejo es el que no se da, pero se demuestra. Los nuevos tiempos exigen mayor respeto por los demás, entender su esfuerzo personal por superar sus propias limitaciones y su afán por encontrar respuesta a sus interrogantes, a su forma de hacer y decidir.

Sin duda la mejor forma de ayudar que podemos dar.

 

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