Conforme crecen las ciudades crecen las demandas de servicios y obra, de infraestructura y muchas cosas más; natural paso que se presenta en los complejos urbanos en los que la gente se sigue multiplicando y requiriendo cubrir sus necesidades. Una de ellas, totalmente ligada a la muerte y las costumbres ancestrales que nos han hecho preservar el ritual de conservar los huesos viejos en cajas de madera o metal, casi a ras de suelo, expuestos –los vivos- a una serie de problemas sanitarios producto de lo que emana de los llamados Camposantos.

Los panteones forman parte de nuestro bagaje cultural, y prueba de ello es la importantísima y gran afluencia que presentaron al inicio del mes de noviembre, cuando celebramos a los difuntos y nos encargamos de recordarlos con flores y muchas cosas más.

De hecho, muchos de estos difuntos es el único día que tienen visita: auizá será para lavar culpas o algo por el estilo, pero el caso es que todo mundo acude a lavar tumbas, limpiar y dar su “mano de gato” a los sitios donde reposan los restos de nuestros seres queridos.

Y por consecuencia natural, los panteones se llenan y llega un momento en que ya no hay espacio para más muertos, para nuestros seres que hace poco concluyeron su existencia. Es cuando surge la necesidad de otros sitios para guardar los restos de ellos.

¿Hasta donde es prudente tener cementerios? Muchas personas consideran que no es saludable por ningún motivo, y que llega el momento de tomar otras medidas: una de ellas, la que un importante sector ve con agrado es la incineración, porque es más fácil guardar la urna con cenizas que tener una tumba, con monumentos y más, y que cuesta mucho dinero a los deudos que, sinceramente, pensamos que no es bien invertido, porque pudo haberse destinado a otro tipo de cosas con nuestro familiar vivo.

En ese sentido, dice el titular de COEPRIS en la entidad, Oscar Villa Garza que no hay solicitud de las autoridades municipales para instalar un nuevo cementerio, y los trámites no son pocos: hay que cumplir con muchos requisitos, entre los que destac el que deben estar a unos dos kilómetros de la mancha urbana, a no menos de 200 metros de cercanía de los mantos acuíferos, en una ubicación en la que los vientos dominantes no afecten y otros requisitos.

Y es cuando pensamos en la posibilidad de que ya no se rinda ese culto a los muertos, que las tumbas ya no sean esos inmensos mausoleos que mandamos a construir para, insistimos, lavar algunas culpas o rendir un homenaje que, bien podría haberse hecho en vida.

Debemos pensar en ser más prácticos. Hay sitios en los que los cementerios parecieran un enorme mueble de concreto con infinidad de cajones, o especie de éstos, donde en cada uno se guardan los restos de una persona, ahorrando mucho espacio, porque por lo general están construidos hacia arriba, ocupando muy poco espacio y ahorrando un gasto tan innecesario como superfluo.

Mucha gente acude al cementerio… llora, llega, limpia, reza –no entendemos por qué- y “platica” con sus seres que ya partieron. Aquí cobra vigencia aquella poesía de Ana María Rabatté que pedía este tipo de acciones “en vida, hermano, en vida” ¿Recuerda usted?

Imaginemos si todos incineráramos, habría la necesidad de ocupar pequeños nichos, ahorrando espacio y recursos que bien pueden destinarse a gastos para los vivos que requieren apoyos de toda índole y dejar a los difuntos eh paz, con el maravilloso –o no- recuerdo que tengamos de ellos, con sus vivencias y afectos, y con todo lo que ello implica.

Sería interesante plantearse la posibilidad de construir o diseñar un nuevo panteón, pensando en las necesidades prácticas de la población, y que responda a nuestros requerimientos.

Finalmente, no somos de la idea de que los muertos resucitan y vienen a desquitarse por el mal trato recibido cuando su fallecimiento. De quienes debemos cuidarnos es de los vivos, porque esos si nos… joroban.

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