Extrañas cosas suceden en la política mexicana. Y la ya cercana sucesión presidencial lo comprueba.
Tres días atrás, Andrés Manuel López Obrador, el puntero hasta ahora en las encuestas, el presunto redentor de los olvidados, el ejemplo máximo de popularidad, el mayor impulsor de la República Amorosa, el clon del Bien Amado, anunció que se registrará el 12 de diciembre como precandidato del Movimiento de Regeneración Nacional –MORENA– para ocupar como inquilino sexenal Los Pinos.
¿Y?
Ni la tierra se cimbró, ni los mares se apartaron ni los cielos se abrieron. El hecho apenas se comentó en redes sociales, mientras los medios convencionales lo ubicaron al final de sus noticias del momento. Tal vez porque no tenía la menor carga de noticia.
Pero esto es lo interesante:
Ayer, como ya lo saben todos, Juan Antonio Meade fue virtualmente ungido como precandidato del Partido Revolucionario Institucional, tras el anuncio presidencial de su salida de la Secretaría de Hacienda.
Y los tiempos políticos del país se detuvieron para estallar de inmediato en el paroxismo tricolor. Fue para millones la revelación del año, fue casi la sacudida del sexenio, fue el reencuentro con la gloriosa tradición del “destape” en una forma menos burda pero químicamente pura.
Sólo faltó la figura de Fidel Velázquez para repetir aquella escena ante Carlos Salinas de Gortari cuando éste les comunicó a los sectores su decisión a favor de Luis Donaldo Colosio. Con una frase, el ahora extinto líder describió la liturgia de esos tiempos, que este lunes fueron reivindicados:
“Nos adivinó el pensamiento, señor Presidente…”
¡Por qué es esto lo interesante?
Porque Meade, conforme a las encuestas, es uno de los aspirantes a la Presidencia con menor conocimiento popular. El sentido común debería enviar señales de riesgo para los seguidores del PRI, pero en lugar de esa reacción estalló el júbilo y la confianza.
No es esto una trivialidad. Debería quitar el sueño a panistas, “morenos” y perredistas en dos preguntas.
La primera: Si con su sola nominación Meade, el menos conocido, el menos popular, avasalló, ¿qué va a pasar cuando arranque su precampaña y campaña?
Y la segunda es más inquietante para ellos:
¿Se cumplirá la afirmación de Enrique Peña Nieto, confiada en una entrevista a un medio extranjero, de que un candidato puede ganar una elección aunque tenga el uno por ciento –el ex titular de Hacienda tiene mucho más– de conocimiento de los ciudadanos?
En este escenario, un pasaje publicado ayer mismo por un columnista de talla nacional, cobra especial relevancia.
Señaló el analista que el presidente Peña Nieto, en una reunión reciente con empresarios, cumplió una especie de “mea culpa” y a la vez les anticipó en forma tácita que no está dispuesto a dejar el primer poder nacional en manos que no sean priístas.
En ese círculo de élite, el mandatario admitió, conforme a lo relatado por el periodista, que podían pensar que de los presidentes él no era el más culto, el más letrado, o podían pensar que era el que más se equivocaba al hablar, pero les aseguró algo fundamental: “Soy muy competente en temas electorales”.
Parece, en los hechos, que el PRI ya empezó a escribir desde la cúpula, la historia de una derrota y de un acto de “abuso” infantil:
La tercera caída de López Obrador y quitarle el chupón al “niño azul”, Ricardo Anaya.
Interesantes tiempos nos esperan para vivirlos. Ojalá podamos hacerlo…
@LABERINTOS_HOY