Si alguna vez observé con detenimiento las maravillas de mi día a día, fue porque entonces, en mi interior, reinaba la vital armonía que le daba paz a mi alma y un motivo a mi vida.

Si cuando lo que más me importaba era el poder comprobar que la meta más deseada era allegarme momentos de felicidad, para cimentar las bases de un futuro con certidumbre, y no regido por la costumbre del que todo lo acepta y lo asume, para no llamar la atención de los que les agrada ver como la esperanza de otros se derrumba, ante la ambición de aquellos que de poder y vileza presumen.

Comprobar que el color del cielo es azul, según el alcance de nuestra visión, teniendo los pies en la tierra, y que entre más lejos estemos de ella, nuestra realidad es más oscura, extrañando en aquella soledad el día que brille irradiando la energía del sol, que provoca el gran esplendor de la emoción de la necesaria alegría, con la que nuestro ánimo suele crecer.

Pensar que nuestro espacio y nuestro tiempo dependen del color con el que suelen pintar el entorno, aquellos con los que tenía que compartir la parte de mundo que, si bien no era mía, si me correspondía cuidar como si lo fuera, con tal responsabilidad, como para entender que, si la dejaba morir, mi vida tendría que ser diferente a lo que yo quería.

No soy yo el que promueve los cambios a favor de la ficticia armonía, pero he de reconocer, que al final somos todos, los que nos resignamos a perderlo todo, pensando que no nos ha costado nada.

Correo electrónico:

enfoque_sbc@hotmail.com