No puedo más que sentir nostalgia al volver los ojos a mi adolescencia y recordar mis primeros intentos por relacionarme con una pareja. Aquellos esfuerzos ingenuos e inocentes por ser y parecer una mujer y llamar la atención de los adolescentes que dejaban de ser niños y se trasformaban en atractivos pretendientes.

Era todo un ritual llegar cada domingo al atardecer, a los portales que daban acceso a la plaza principal de mi pequeño pueblo, en medio de un ambiente festivo y familiar.

Se acostumbraba que entre amigas nos acompañáramos y en medio de risas y juegos, nos incorporáramos a otras jovencitas que con anterioridad habían empezado a girar en círculo en medio de las jardineras, teniendo como centro el kiosko, desde donde los músicos de la orquesta municipal amenizaban la tardeada.

En un ir y venir, lucíamos nuestros ajuares dominicales, dando vueltas a paso lento por toda la explanada, esperando coincidir con quien alimentaba nuestros sueños.

Ellos por su parte, también se formaban y al igual que nosotras, caminaban despacio, pero en sentido contrario, de tal manera que de pronto aparecía justo enfrente, el rostro esperado, sonriente y juguetón, soltando piropos por montones.

Vivimos nuestras primeras relaciones de noviazgo, con muchachos respetuosos, galanes y caballerosos, siempre amables que daban la mejor cara de mismos, intentando conquistar nuestro corazón, en medio de palabras bonitas que despertaban en uno la ilusión de ser especial para alguien.

Sus atenciones no se hacían esperar y sus gestosrespaldaban sus manifestaciones de respeto y admiración. Nos acompañaban, interesados en conocer de nuestras actividades y preferencias y de vez en vez, nos invitaban a tomar un café y hasta nos llevaban serenata, entonando aquellas canciones de amor inolvidables como Rojo Sangre, que hizo muy popular la rondalla de Saltillo.

No puedo evitar un sentimiento de pérdida al ver lasnuevas formas de relacionarse de los jóvenes de hoy, donde la violencia domina el escenario.

Todas las parejas en nuestra relación vivimos altibajos, existen conflictos que en determinadas circunstancias nos hacen perder el control y la ecuanimidad, llegando a expresar frases que lastiman o subimos el tono y en ocasiones nos ofendemos, pero que de repente se escuchen gritos o que nos enojemos por no estar de acuerdo, puede considerarse hasta cierto punto parte de la rutina.Nada trascendente, si se mantiene el respeto y el amor.

Pero hoy en día no ha sido una, ni dos, las ocasiones en que he escuchado de viva voz la narrativa del daño ocasionado a jovencitas de 15 y 16 años, tras haber vivido una experiencia dolorosa en su primera relación de noviazgo, donde ni siquiera existe un compromiso de matrimonio.

De acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), 3 de cada 10 adolescentes denuncian que sufren violencia en el noviazgo. En el caso mexicano, según la encuesta Nacional sobre Violencia en el Noviazgo (ENVIN), 76% de las adolescentes entre 15 y 17 años ha sufrido violencia psicológica, 17% sexual y 15% física.

Del aislamiento y crítica de amistades y familiares, pasan a las ofensas y humillaciones, llegando incluso a los golpes y amenazas, buscando la sumisión total que en muchas ocasiones termina en el abuso sexual.

No solo su estabilidad emocional y psicológica está siendo violentada, al generar una dependencia dominada por el miedo y la inseguridad, sino que su integridad física está en riesgo.

De pronto a una edad en que todavía no han desarrollado la capacidad para defenderse, su autoestima es destruida y llegan incluso a sentirse culpables de lo que les está pasando.

El abuso infantil, el descuido de los padres que no están al pendiente de las actividades de sus hijas y de las amistades con quienes conviven; el uso de los celulares y las plataformas sociales como el Twitter o el Facebook, los mensajes que a diario transmiten la televisión y los medios digitales, la saturación de videojuegos violentos que desde la infancia empiezan a dominar el tiempo libre, y qué decir de los temas musicales que repiten incesantemente mensajes que degradan a la mujer, parecieran que preparan el ambiente que aleja el romanticismo y la ilusión del primer entusiasmo de las adolescentes y estimula la agresión y el maltrato, como un elemento cotidiano que domina en su primera relación de pareja.

Una experiencia que marcará toda su vida adulta.

“Ante las atrocidades tenemos que tomar partido. El silencio estimula al verdugo”. Elie Wiesel.

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