La ocasión más cercana que conocí una encuesta sobre ellos, el balance era para soltar el llanto.
Me refiero a la opinión pública, en México, sobre los partidos políticos.
Los números del rechazo de los ciudadanos, de acuerdo a un trabajo realizado por Mitofsky en diciembre de 2020, no dejan lugar a la interpretación. Todos están mal y en algunos casos su imagen alcanza los niveles de tragedia.
Con algunas variaciones por los meses transcurridos desde esa fecha, juzgue usted si las cifras son o no son, como lo percibe su servidor, una pesadilla para esos institutos.
El “campeón” del rechazo era en esos días el Verde Ecologista, que sufría el desdén del 84.5 por ciento de los encuestados y que hoy podría ser peor. Cerca de él, el Revolucionario Institucional era reprobado por el 72.4, mientras el PRD le peleaba el subliderato con 69.8. A continuación Encuentro Social –ya desaparecido– padecía el 58.2, en tanto al del Trabajo lo repudiaba el 54 por ciento.
Casi parejos, a Acción Nacional lo rechazaba el 51.5 y a MORENA el 51.2, mientras que Movimiento Ciudadano era no el mejor apreciado, sino el menos rechazado, con un 47.8 de desconfianza.
Como asienta la voz popular: No aprueban ni de “panzazo”.
A prácticamente tres meses de esa evaluación, casi le puedo asegurar que ninguno ha mejorado o permanecido en esos niveles. Tenga la certeza virtual de que sus calificaciones son aún peores.
¿Cómo esperan entonces los partidos convencer a los votantes de elegirlos, si los ciudadanos no les confían ni los ratones de sus hogares?
La respuesta es sencilla, pero llevarla a los hechos es endiabladamente complicado: Buscar triunfos en las urnas por los nombres de sus candidatos, no por los colores o plataformas de los membretes.
Sólo los perfiles personales limpios, las trayectorias alejadas de la incompetencia, las imágenes no contaminadas por la rapacidad, pueden ser las puertas a una victoria en las urnas. Desde luego, si el voto se respeta a plenitud.
¿Están actuando de esa manera los partidos?
Por lo que hasta ahora se ve, lamentablemente la mayoría de ellos no.
La primera fuerza partidista del país, MORENA, sigue dominada por viejos maridajes de tribus ancladas al pago de favores, que no quieren ceder el paso a valores ciudadanos que lo acerquen a la simpatía ciudadana. En Tamaulipas, Victoria es uno de esos casos.
El PAN no sólo no aporta rostros nuevos, sino incluye a lastres que lo atan al ominoso pasado de contubernios, mientras es una misión para legionarios romanos encontrar el lado bueno del PT, del PRD o del Verde, en un escenario donde MC se salva por milímetros del temido 50 por ciento de rechazo.
A estas alturas habrá notado usted que no he mencionado al PRI.
Es imposible maquillar el despego de los votantes potenciales hacia el antaño llamado Invencible. El daño histórico está hecho y repararlo le costará tal vez décadas.
Pero de todos los partidos, por lo menos en Tamaulipas, hasta hoy es el que ha entendido mejor la postura de los ciudadanos y actuado en consecuencia, eligiendo representantes con prestigio e influencia sociales propios. Como nunca, el tricolor parece que buscará el voto por los nombres y apellidos y no por las siglas.
Entre nombres frescos e imágenes novedosas para buscar alcaldías y dipùtaciones locales, candidatos como Pedro Luis Coronado en Matamoros, Alejandro Montoya en Victoria, Paloma Guillén en Tampico y el médico Adolfo Martínez Tapia en Ciudad Madero, lo demuestran.
En esos lares y en muchos otros más del Estado, ojo, no es el PRI el que llamará al voto, sino la confianza personal ganada por sus aspirantes.
Está por verse si logrará el priísmo vencer la deteriorada imagen del partido y sobreponer la de sus candidatos, pero lo importante aquí es que sería deseable que los demás organismos hicieran un ejercicio paralelo en ese sentido.
Por ejemplo, MORENA podría empezar por Victoria…
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