Mira que me he subido a la barca de la incertidumbre sin desearlo, el viento me fue llevando mar adentro sin rumbo fijo, y al irme alejando de la orilla, la ansiedad se acrecentaba en mi ser, al saber que nadie me acompañaba en este viaje, la soledad en su dual naturaleza, por un lado me arropaba tratando de protegerme del calor, del frío, incluso, de la fortuita lluvia que se asomaba de las grises nubes del azulado firmamento del no pasa nada, los cirros en apariencia se veían lejanos, pero, insidiosamente se acercaban, asechando a la barca y con ella a mi inquieta alma; el oleaje otrora imperceptible ahora iniciaba un rítmico golpeteo en la proa y los costados, acelerando con ello también el ritmo de mi otrora corazón pausado.
Desesperado, no, tal vez temeroso, pues nunca me había subido a una barca con rumbo desconocido y no me tentaba el ánimo el saber que deseando antes poseer mucho espacio, el océano es una vasta en extensión, con igual profundidad, donde, donde la pregunta obligada era ¿Para qué?
Y de estar sentado en un rincón de la cubierta, alejado de la luz, más no de Tu mirada, te compadeces de mí y me preguntas: ¿Por qué te escondes? Acaso no sabes que construí esta barca para ponerte a salvo de tu desconfianza y falta de fe; vamos toma el timón de tu vida, sube y pon a salvo también a todos los que amas y te han amado, no temas más, porque yo cumpliré mi promesa de estar siempre con todos ustedes, hasta el fin de los tiempos.