Permítame, para empezar la semana, divagar más de lo acostumbrado en estas líneas.
Desde hace muchos años, para infortunio de los ciudadanos que acudimos a votar, las encuestas han involucionado –que no evolucionado– de ser una eficaz y orientadora herramienta para echarle una ojeada virtual al futuro inmediato, a ser una auténtica pesadilla.
Son tantos los trabajos en ese terreno, son tantos los resultados diferentes y en ocasiones contradictorios, son tantos los intereses que se ocultan detrás de esas consultas populares, que con ellas hemos terminado en un singular remedo de aquel personaje de historietas mexicanas, el Monje Loco:
Nadie sabe, nadie supo.
La contienda electoral de este año, con su joya de la corona representada por la Presidencia de la República, no es una excepción.
Con seguridad usted lo ha percibido. Todas las empresas dedicadas a esa labor en apariencia coinciden, puntos más, puntos menos, en que las tendencias de voto son claramente a favor de Andrés Manuel López Obrador. Hasta ahí la congruencia parece regir, pero ellas mismas se encargan de echar a la basura la credibilidad que en teoría deberían poseer.
¿Por qué?
Porque también todas ellas se curan en salud. Sin excepción, todas también advierten que aunque AMLO sea puntero hasta con 11 puntos de ventaja, ¡cualquiera de los tres aspirantes a Los Pinos puede ganar!
O sea, ganan si gana El Peje. Y también ganan si pierde. Para ellas, mejor imposible.
La verdad, debería prohibirse el manejo de esas consultas que en muchas ocasiones manipulan al opinante y bajo la mesa se decantan por quien paga el interrogatorio a los potenciales votantes.
¿Para qué diablos necesitamos los ciudadanos a las encuestas?
En realidad para nada, salvo para engordarle el caldo a los partidos políticos y a sus representantes en las campañas electorales, porque todos éstos celebran la confiabilidad y seriedad de las mismas cuando son los líderes y las deslegitiman cuando aparecen como seguidores del puntero.
¿Cuál credibilidad entonces?
Vamos partidos y candidatos, dejen de malgastar su dinero y de confundir a los ciudadanos honestos que piensan que en realidad funcionan esas encuestas. Los antecedentes cercanos hablan.
Hace doce años daban por triunfador a Andrés Manuel y éste terminó en Reforma paralizando a la Ciudad de México y mostrando al fanático que en realidad siempre ha sido y sigue siéndolo. Hace seis años le daban 20 puntos de ventaja a Enrique Peña Nieto y ganó con apenas 6 puntos –o algo así– de diferencia. Y en Tamaulipas, hace año y medio nos dijeron que Baltazar Hinojosa sería electo Gobernador del Estado con no menos de 200 mil votos sobre su más cercano opositor y terminó con 300 mil, pero alejado de quien realmente ganó. ¡Vaya ridículo!
Haga a un lado lo que señalan esas consultas. Cuando tenga un espacio siéntese unos minutos, aspire lentamente y exhale. Ya sereno, evalúe desde ahora las aptitudes auténticas de cada candidato. Mida su experiencia, no olvide sus errores, recuerde lo que han hecho bien, pondere sus locuras y sus razonamientos y decida.
No tiene que ser ahora, tiene tiempo, pero si hace esto por lo menos tres veces antes de votar, podrá estar convencido de que eligió a quien consideró el apropiado para gobernar al país, no para hundirlo en actos iluminados ni para reinventarlo una vez más.
Tal vez se equivoque, tal vez nos equivoquemos, pero decidirá pensando en su familia y en su patrimonio. ¿Se podría votar de mejor manera?…
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