Corrían los ochentas del siglo pasado, hace poco más de 32 años, cuando los victorenses disfrutábamos de los paseos por la Plaza Juárez, frente al Palacio de gobierno.
Cruzaba la calle Hidalgo por el 15 y 16, y los jóvenes daban la vuelta por el 16, para bajar por la calle Juárez hasta el 8 y subían por la Hidalgo, hasta llegar al Casino Victorense. Era el paseo dominical hasta que, alrededor de las 10 de la noche, decía un amigo: “soltaban al león”, y todos los muchachos… ¡a casa!
Surge el proyecto de construir el Centro Cultural Tamaulipas y cientos –miles- de personas se le echaron encima al doctor Emilio Martínez Manautou, entonces gobernador de Tamaulipas: que si era una obra superficial, que había otras prioridades, que iba a derrumbar un monumento tradicional como el Hotal Las Palmas, que si iba a quitar el inolvidable café Teka, guarida de oolíticus, politicuchos y aspirantes a grillos.
Finalmente, se impuso la obra y hoy se disfruta en todo su apogeo. Nadie recuerda prácticamente lo que había antaño.
Aunque hay que decirlo, este tipo de obras y la mayoría deberían tener la máxima aprobación válida: la de la ciudadanía.
Cuando Egidio Torre mandó remodelar el “Ocho de ocho”, ni nos cumplió con los ocho carriles, ni con su funcionalidad, ni con su gasto ni con nada, aunque hay que decir que la vialidad no es mala hoy en día.
¿A qué va el comentario?
En el primero y segundo casos, seguramente los gobernantes preguntaron a algunos asesores sobre la obra, y éstos, fieles al servilismo de costumbre habrán dicho: “espléndido, señor Gobernador”, pensando que así conservarían su puesto y su salario injustificado.
Les pagaban por adular al gobernante en turno, en otras palabras. Y se ha hecho costumbre que quien gobierna no escucha a sus gobernados.
Es importante que salgan a la calle verdaderos asesores, ciudadanos honorables y pregunten a los que vivimos en las ciudades qué nos parece, para tener una idea de lo que la gente piensa y quiere, y no centrarse en la voluntad o capricho de quien gobierna.
Porque quien gobierna, lo sabemos, es un ser humano con virtudes y defectos y tiene errores: todos los tienen, y si piensan que son tan perfectos como sus asesores –lambiscones, les dicen algunos- afirman, estarán muy equivocados.
No pueden marearse ni cerrarse en una esfera de humo para no ver la realidad.
Toda obra magna principalmente debe tener aprobación de la gente. No quiere decir lo anterior que la gente tenga razón tampoco, pero hay que escuchar. Un buen gobernante escucha a su gente.
No debe creerse el que gobierna las adulaciones de que es objeto de vasallos que él mismo ha puesto en cargos para que le aplaudan: sería engañarse a sí mismo, y aplica a nivel municipal, estatal y federal.
Por ejemplo: no puede decir Peña que la estrategia de seguridad ha funcionado por más que Osorio diga que sí, y debe reconocer que sí hay avances, pero no se ha llegado a la meta. Y así, podríamos poner mil ejemplos.
Lo importante, suponemos, es que nuestros gobernantes no deben cerrar los ojos a las adulaciones ni a las fortunas mal obtenidas, a los lambiscones ni a los que quieren un contrato y pelean por él aunque vayan contra los intereses colectivos.
Es hora de evaluar, fríamente, sinceramente, llanamente, y saber qué se ha hecho y qué no, y entonces, enmendar, redireccionar, ajustar o lo que sea, con tal de que la ciudadanía obtenga lo que pidió en la elección: un gobierno que responda a sus necesidades y a sus realidades.
Pensamos que es determinante para ocupar un buen lugar en la historia.
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