José Manuel es hijo de mi hija María y de su esposo José, él es el más pequeño de mis nietos y tiene un año de edad; el otro día, me recibió al llegar de mi trabajo, y con sus grandes ojos cafés se me quedó mirando de tal manera, que no pude adivinar lo que quería, mas tratando de interpretar su gesto, me puse en cuclillas para estar a su altura y darle un abrazo, pero el niño seguía mirándome de esa manera extraña, le di un beso en la mejilla, lo tomé de su mano izquierda y lo conduje al interior del hogar, después se distrajo y yo aproveché para dirigirme a mi taller literario, me senté y encendí la computadora, quería adelantar el artículo del día siguiente, mas, cuando estaba en plena concentración y poniendo las primeras líneas en la pantalla, sentí unos suaves golpes sobre mi muslo derecho, se trataba de mi nieto, ahí estaba, mirándome nuevamente con sus grandes ojos cafés, tratándome de decir algo, pero, cómo adivinar lo que deseaba, apenas su lenguaje oral rebasa las diez palabras y mi interpretación del lenguaje corporal no es muy bueno; pensé que tal vez quería atención, por ello, dejé a un lado lo que estaba haciendo, entonces lo tomé en los brazos y estando a la misma altura le pregunté: _¿Qué quiere mi niño hermoso? El niño se sonrió y pegó su mejilla a la mía, y después colocó su cabecita sobre mi hombro izquierdo; pensé entonces que tenía sueño y quería que lo arrullara, pues su abuela se encontraba muy ocupada en la cocina. Mi nieto se quedó en esa posición acaso un minuto, después, realizó algunos movimientos para que lo bajara al piso y una vez que sintió sus pies en aquella firme superficie, se marchó, no sin antes voltear a verme y regalarme una sonrisa.

Todo lo acontecido pareciera una escena familiar común, considerada seguramente por muchos, sin mayor importancia, pero, no lo fue para mí, porque me quedé meditando sobre el hecho, hasta quedarme dormido en el sillón frente a la computadora, y al adentrarme a un sueño donde me veía frente a un hombre de regular estatura, de tez blanca, cabello largo, que me miraba con gran ternura con su grandes ojos cafés, y que en seguida, colocaba suavemente su mano izquierda sobre mi hombro derecho y sin decir una palabra, al tocarme me hacía sentir inmensamente feliz; después se acercó para darme un beso en la mejilla, me dio un cálido abrazo y se marchó, no sin antes voltear su bello rostro, para obsequiarme una sonrisa.

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