Un buen día, iba caminando con mi esposa por el área verde del módulo habitacional en donde vivimos, y platicábamos sobre la importancia de los motivos en el plano individual o familiar para realizar con entusiasmo nuestras actividades diarias, y  analizábamos cómo la falta de motivos en la vida puede frenar muchas oportunidades para ser felices. Conforme avanzábamos en el tema, de pronto, me di cuenta que ella le estaba dando mucha relevancia en su vida a los motivos familiares, sobre todo, los relacionados con nuestros hijos y nietos; sin dejar de escucharla, por un momento cerré los ojos, y me vi  caminando solo en un jardín hermoso lleno de flores, pero, donde no podía percibir su aroma, ni podía sentir la textura de las mismas, porque parecía que éstas, estuvieran resguardadas por una barda imaginaria de grueso cristal,  y en ese momento, me vino a la mente el recuerdo de las estrofas de la canción denominada Motivos, cuyo autor de la letra es José Domingo y que estaban dibujando en ese preciso momento el sentimiento que albergaba. Para hacerlo un poco más objetivo y por si no recuerdan la letra  transcribo algunas estrofas: “Yo sólo quise querer, yo sólo quise quererte, yo nada te pude dar, yo nada pude ofrecerte. Sólo quería tu vida para vivirla contigo, quisiera darte mi vida, que la vivieras conmigo. Quise motivar tu vida, quise motivar tu vientre, quise motivarte toda, quise motivarte siempre. Quise con nuestros motivos, motivar un tiempo nuestro y que motivo a motivo, naciera un motivo nuevo”. Sí, saltaba a la vista mi arraigado egoísmo; el hecho de sentirme relegado a una tercera posición despertaba en mí un estado de minusvalía que, sin desearlo, se había estado asomando a mi vida desde que llegué a la tercera edad, pero que asombrosamente no se percibía en lo más mínimo en mi esposa, porque seguro ella tenía demasiados motivos para sentirse feliz.

Tal vez algunos de mis amables lectores que ya están viviendo la edad de la plenitud, habrán sentido esa desagradable sensación de minusvalía, misma, que se acentúa al sumársele factores profesionales como la jubilación, factores relacionados con la disminución de la capacidad física y mental, en sí, todo aquello que llega inevitablemente con la vejez; y si bien es cierto, que muchos nos damos valor al definir de diferentes forma a la edad por la cual estamos pasando, el implacable paso del tiempo sobre nuestra humanidad nos lo está recordando todos los días, mas, una cosa es aceptar con dignidad que se está envejeciendo, y otra, darse por vencido, cuando todo parece estar en nuestra contra; algunos le llaman actitud, otros lo conciben como sabiduría; pero desde mi muy particular enfoque, para mantener una buena actitud, siempre se necesita de un motivo cuya fuerza es indiscutible: El amor efectivo de todos aquellos con los que hemos compartido nuestra vida. La sabiduría nos hace comprender, que todo lo que nos está ocurriendo, es un proceso natural de desgaste, que sufre nuestro cuerpo material; pero, el amor y la sabiduría, sin la fe, se reducen inevitablemente a la nada. Hay un motivo universal para seguir sintiéndonos felices: “Creo en Dios Padre todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo nuestro señor” y después de ello, comprendo que Dios tuvo un glorioso motivo para que yo existiera.

 

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