Corrían los últimos meses de 1993. Era todavía el primer año de la administración pública estatal que encabezaba Manuel Cavazos Lerma en Tamaulipas.
Tras la corta luna de miel que caracterizaba tradicionalmente al arranque de los gobiernos priístas en cualquiera de sus órdenes, algunos medios de comunicación propios y otros foráneos, traían como se dice coloquialmente, “entre ceja y ceja” al entonces titular de la Secretaría de Hacienda -todavía se llamaba así esa área- Francisco Adame Ochoa, uno de los tres colaboradores con mayor influencia sobre el mandatario.
Paco, como lo conocían sus cercanos, era el blanco favorito de los ataques periodísticos por sus desplantes autoritarios, que lastimaban incluso a otros miembros del gabinete cavacista.
Una de esas mañanas, el gobernador llegó al Palacio de Gobierno y fue abordado como de costumbre por los reporteros. En la entrevista surgió la inevitable pregunta de si ante las constantes críticas a Adame Ochoa pudiera éste ser removido de su cargo.
Fiel a su temperamento, Cavazos miró casi furioso a su interlocutor pero no perdió los estribos como frecuentemente lo hacía. Entrecerró los ojos y con sibilino acento respondió:
“Mis colaboradores no tienen complejo de mosca. No se matan a periodicazos”…
La interpretación era obvia. En el más puro estilo priísta, si se daba un cese o una “renuncia” de un funcionario, quien lo decidía era el gobernador, no los medios de comunicación, premisa que permeaba en todos los órdenes, desde un Ayuntamiento hasta la Presidencia de la República.
Adame se fue hasta la mitad del sexenio, cuando ya resultaba insoportable para Cavazos Lerma la cauda de errores y arbitrariedades cometidos por el responsable de las finanzas estatales, pero se cumplió el aserto del Jefe del Ejecutivo. Se fue cuando lo quiso él.
¿Por qué rememorar este pasaje?
Porque ese concepto del poder aún sobrevive. Igual que antes, en todos los niveles oficiales.
Pensar que un servidor supuestamente público, sea cual sea el puesto que ocupe o en el nivel gubernamental que usted quiera, pudiera renunciar hoy por la presión de la prensa no es un buen deseo; es un sueño guajiro, por no llamarlo de manera más cruda. Ejemplos sobran.
La explicación a esa percepción es sencilla y se refleja como casi todo en la vida, en un lado bueno y en un lado malo.
El primero es para quien ejerce el mando, porque conserva intacto su control sobre sus subordinados con el derecho simbólico de vida o muerte, entendidas éstas como conservar el empleo o perderlo. Garantiza así el líder la lealtad y sumisión de quienes eligió como verdaderos apoyos o simples comparsas y se olvida de cuidarse la espalda, además de evitar una trasfusión de poder a la disidencia.
El lado malo es que por efecto del factor anterior, se conservan líneas de conducta pública muchas veces reñidas con la sociedad y hasta con la prudencia y la razón, alejando al gobernante de gran parte de los ciudadanos.
Así las cosas, al igual que Manuel Cavazos sostuvo a Francisco Adame hasta que quedó claro que su salida la decidió el gobernador y no los medios, lo más probable es que mientras la prensa los atosigue todos los funcionarios actuales harán huesos viejos en sus sillones sea cual sea su rango de competencia y operación en municipios, estados o gobierno federal.
Con este escenario, el epilogo que pudieran enfrentar los medios críticos, es una frase popular:
Nadie sabe para quién trabaja…
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