Desde chavo me cautivó esa manera de decir las canciones en un francés arrastrado que no dejaba duda de su origen armenio. No en balde su nombre real es Shahnourh Varinag Aznavourian pero eso a cualquiera con su talento se le perdona.
De su variado repertorio, la melodía que sigue ocupando el primer lugar en el hit parade de mi corazón se llama “Morir de amor”.
Esto lo traigo a colación porque en la vida lo único verdaderamente cierto es la muerte y pues hay que fallecer de algo. Como dice mi querido amigo Gonzalo Farfán: “Si se trata de morirse pues vámonos enfermando”.
Arrancó la liguilla del balompié nacional y resultó verdaderamente patética la forma en que se fueron dos equipos que, aunque con realidades diametralmente opuestas, leerán en su lápida: “Pasaron con más pena que gloria”.
Monterrey tiene un plantel para presumir. Lleno de figuras y millones de dólares gastados que obliga a pensar en que si va a caer, lo haga con mayor dignidad y espíritu de lucha. Pero resultó que no ya que fueron materialmente arrollados por unos Tigres que saben de sobra jugar este tipo de torneos y que de la mano de Ricardo Ferreti ya traen etiqueta de bicampeones.
El otro equipo que se murió de caspa fueron los rojinegros del Atlas. Diseñado para salvarse, el “profe” José Guadalupe Cruz hizo un extraordinario trabajo pero como buen técnico, se puso a inventar a la hora buena y salió a defender el golecito, dejando toda la iniciativa al Guadalajara. Cuestionable será su determinación de dejar todo el primer tiempo en el banco de suplentes a su goleador Matías Alustiza.
Monarcas se salvó del descenso y calificó a la fiesta grande. Nada más se le podía pedir cuando además perdió por lesión a su goleador Raúl Ruidíaz. Cayó en la perrera fronteriza dejando un agradable sabor de boca.
Los que se ganaron todo mi respeto haciendo honor a su apodo fueron los “guerreros” del Santos. A la ida perdieron básicamente porque se equivocaron lo más que pudieron pero a la vuelta, hicieron que al Toluca se le apareciera el diablo y solo la brillante actuación de Alfredo Talavera impidió una remontada histórica.
Volvimos a ver al José Manuel de la Torre de los viejos tiempos. Dejó atrás el berrinche estéril y la cara compungida para transformarse en un estratega avieso y un líder en toda la extensión de la palabra.
Odio las “caídas de cara al sol” y las “derrotas honrosas” pero este cuadro de la Comarca puede sentirse muy orgulloso de no haber guardado nada para el vestidor y regar con todo el sudor la cancha del “Nemesio Diez”.
En las semifinales veremos quién sigue con vida y de qué mal dejan de respirar los perdedores. Yo partiré tarareando “Morir de amor”, claro, interpretada por mi compadre Carlitos Aznavour.