Ya lo he dicho en otras ocasiones, la Liturgia de la Iglesia Católica tiene un ritmo que se llama Año Litúrgico, y la celebración central de este Año es la celebración de la Pascua, es decir, la celebración de la muerte y resurrección de Jesucristo. Y esta celebración tiene un tiempo de preparación llamado Cuaresma, que está tomado de lo que narra hoy el Evangelio: “Jesús lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y conducido por el mismo Espíritu, se internó en el desierto, donde permaneció durante cuarenta días y fue tentado por el demonio”. (Lc. 4:1-13).

El sentido de la Cuaresma cristiana se puede resumir así: la Cuaresma introduce en la celebración, cada año más intensa, del Misterio Pascual de Cristo.

“Misterio Pascual” viene a expresar lo mismo que “misterio de la Redención”, pero de una manera: más concreta: porque centra la atención, no en un concepto, sino en el gran acontecimiento que constituye la muerte y resurrección de Cristo; más completa: porque no considera sólo la muerte de Cristo, sino también su resurrección, ambas como única intervención salvadora del poder de Dios; más dinámica: porque hace resaltar el paso poderoso de la muerte a la vida de Cristo.

Para Cristo, el Misterio Pascual es su Paso triunfal de la muerte a la vida. El misterio total de la Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión. Es el Paso – Pascua, el gran suceso de la historia, el acontecimiento salvador por excelencia. Acto vital, dinámico, del Dios poderoso que salva de la muerte por la muerte de su Hijo, e introduce en la vida por la Vida nueva de Cristo.

Para los creyentes, el Misterio Pascual es la participación en la muerte, resurrección y ascensión de Cristo se trata de que también los creyentes pasen, que se incorporen al tránsito pascual de Cristo.

Todo el Año Litúrgico tiene como finalidad esta asimilación del Misterio de Cristo. Pero con mayor intensidad la Cuaresma y la Pascua.

La Cuaresma no es pues, fin en sí misma, sino que culmina y se perfecciona en la Pascua. El proceso pascual decisivo para cada creyente se realiza así: morir al pecado; morir al egoísmo, que ya es estrenar nueva existencia; celebrar con Cristo el nacimiento a la nueva vida; y vivir con nueva energía y entusiasmo.

Se puede orar con las palabras de la oración de la misa dominical: “Concédenos, Dios todopoderoso, que por las prácticas anuales de esta celebración cuaresmal, progresemos en el conocimiento del misterio de Cristo y traduzcamos su efecto en una conducta irreprochable”.

Que todos escuchen la voz de Dios que llama a un cambio de vida.