Empiezo el día pensando que he dormido demasiado, que la noche fue tan larga y que todo lo ocurrido sólo fue un mal sueño, y al despertar y ver de nuevo la claridad del día, retorna la esperanza de vivir con la alegría de sentirme protegido por una gran fuerza, que me hace levantar de mi estado horizontal a la posición erguido, lo hago con la misma energía con la que he nacido y me conduzco por la vida.

Acaso al estar dormido, mi sueño no fue tan grato y tranquilo, pues me veía luchando contra un poderoso enemigo, que por no ser tan bien definido, la lucha podría durar un corto tiempo o toda la eternidad. Admirado por mi empeño y tenacidad de salir victorioso en lucha tan desigual, no podía dudar, pues tú estabas conmigo para acabar con el mal.

Empiezo el día, sintiendo que esto no está pasando, y al escuchar de la gente que lo que hoy nos aqueja, nos preocupa y nos duele, no tiene para cuando, levanto mis brazos al cielo, para seguirte Señor, implorando que me ayudes a combatir lo que tanto nos está intimidando, y al ver y escuchar mi quebranto, recibo de ti una señal, el cielo se torna gris, aparecen los rayos y el trueno, se desata un furioso viento y terminas todo, lloviendo.

Sé que estás enojado, mas es más grande tu amor por nosotros, que con ello quisieras decirnos que a un sólo Dios deberíamos adorar, que no deberíamos tener miedo ante algo, que siendo inusual, nos haga olvidar que si tuviéramos la fe de un grano de mostaza, no habría maldad que con sus hijos pudiera terminar.

“Id, pues, a aprender lo que significa: Más estimo la misericordia que el sacrificio; porque los pecadores son, y no los justos, a quien he venido yo a llamar a penitencia” (Mt 9: 13)

Correo electrónico:
enfoque_sbc@hotmail.com