Cuando parece que termina una etapa importante de mi yo maestro, ésta bendición parece ser como una interminable carretera en busca de la satisfacción de haber servido al prójimo, y sintiéndome aún con energía, a pesar del desgaste de los años, mi espíritu se renueva cuando van llegando a mí las nuevas oportunidades de seguir colaborando con mi humilde experiencia, para fortalecer la estructura del vehículo emocional que acompañará a otros en la búsqueda de la satisfacción profesional, y aunque pareciera mi esfuerzo y mi sana intensión, un eslabón frágil de la cadena del desempeño profesional, el dedicar mi tiempo de respiro entre las pausas de la espera entre un paciente y otro a engrandecer la vocación, me veo en aquellos buenos jóvenes, que a pesar de los retrasos e interrupción de su preparación por causas inherentes a los eventos epidemiológicos actuales que han segado la vida de muchos valiosos seres humanos, y han arrebatado la alegría y la libertad de muchos otros, que debiendo vivir plenamente, ahora, como sombras temerosos, se mueven con sigilo en el entorno, enmascarados y a media respiración, como para no ser reconocidos o escuchados por el invisible enemigo a la vista, que va dejando estragos a su paso, al quebrantar la salud y la moral de los que vamos saliendo al paso.
Mientras yo pensaba en el cómo, el pupilo pensando está en el cuándo, y es que el interés por seguir avanzando, se quedó en las aulas vacías, y al llegar a la práctica cotidiana, parecieran haber perdido el interés por continuar, y menos con un tutor temporal que no identifican como docente formal, por eso atienden más al celular, a contestar mensajes, realizar llamadas breves que los distraen, mientras mi yo médico se debate en el desacuerdo, más no en la confianza para poder expresarlo, por concebir que el que está fallando no es el alumno, sino el maestro; entonces acepto el reto sin sospecharlo el pupilo, y trato de adentrarme a su mente y llamo su atención con una pregunta: ¿Qué es lo que esperas de este breve tiempo, de tu breve paso por este humilde centro de salud? y el alumno, si necesidad de responderme, con una mirada me dice todo: Cumplir con un requisito curricular para continuar mi camino. Al sentir la poca emoción del alumno al estar tan cerca de la verdad, lo invito a expresar sus dudas, pero pareciera que prefiere seguir mirando el celular, entonces le digo, te voy a platicar una página de mi vida profesional, ¿estás dispuesto a escuchar? Desde luego, contestó sin manifestar agrado. Le dije entonces: En este mes próximo a la mitad, los pacientes fueron más generosos que nunca conmigo, y uno de los obsequios más gratificantes que recibí, fue el de la confianza, y más aún, cuando ésta, es ratificada con frecuencia, es por eso y más, que esto es para mí un regalo invaluable, sobre todo, en los tiempos que vivimos, porque difícilmente, este valor se puede obsequiar en abundancia, porque hay tantos factores negativos en el entorno, que generan mucha desconfianza. Estoy por ello, con mis pacientes, sumamente agradecido, tanto, que cada vez siento que me duele menos el cuello, los brazos, las manos, los ojos, las piernas y la espalda; tanto, que he despedido de mi vida al sueño vespertino, aquél que vence al más tenaz de los que rinden culto y pleitesía a su trabajo; sí, al trabajo fecundo de todos los benditos días, al trabajo que muchas veces es incomprendido y mal pagado, el que le va restando vida al cuerpo y a la mente por estar la mayoría del tiempo confinado a tan reducido espacio, a las cuatro paredes, al ambiente enrarecido, al trabajo que acaba casi toda la energía y la vitalidad a la mente, que poco a poco se consume como una vela de flama titilante, después de una larga noche de tormenta, tanto, que diera sin pensarlo, paso al otro tipo de fatiga, la que pacientemente espera la llegada del día, de cualquier semana, mes o año, para alcanzar por fin, el ansiado y merecido descanso; pero mientras haya vida y salud, aunque sea a punto del quebranto, y teniendo como alimento espiritual la gratitud y la confianza del más necesitado, ahí estaré, sin importar otra cosa más que el servir de buena forma, con buen trato, con calidad, con cortesía, con la sonrisa en los labios, al que lo necesite y pida, y sienta que mi desempeño, no tiene más dueño que él y más consigna que el pagarle a Dios por la vida, la profesión y la misión que me obsequiara.
¿Has entendido lo que te digo? Más allá de la teoría y la práctica, lo primero que debes de saber, es que estás frente a un ser humano que espera recibir lo mejor de ti como persona, de igual a igual, con alguien que tiene la gran fortuna de tener no sólo el conocimiento que otorga la ciencia o la habilidad que te da la tecnología, sino un corazón lleno de misericordia para entender que el origen de todo mal, proviene de la falta de amor por el prójimo.
Dicho lo anterior, me preparé para recibir al padre, a la madre, al hermano al hijo, al abuelo, al amigo, que entraría por la puerta a encontrase, no con el médico, sino con el ser humano que esperan encontrar como profesionista.
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