El 29 de mayo pasado, el Honorable Congreso de Nayarit abrió su espacio para hacer la presentación de mi libro “Apuntes para mis hijos”, ocasión en la que me permití exponer una de mis más grandes preocupaciones: la defensa de la familia.
Hoy, quiero compartirles esa reflexión.
Gracias por recibirme en este Honorable recinto:
“Apuntes para mis hijos”, surgió en el marco de la pandemia como resultado de la necesidad de tender un puente de comunicación con mis hijos ausentes.
Uno en Inglaterra, los otros dos en Monterrey, quise dejarles por escrito, entre anécdotas y narrativas de mis recuerdos infantiles, el valor supremo de la familia, todo lo que ella representa y el coraje necesario para defenderla.
La familia como vínculo intergeneracional, basada en la construcción sólida de valores, que fundamentan una relación filial entre padres e hijos, que aseguran una convivencia sana que da sustento a la realización personal, exitosa, de quienes la conforman.
Quise que tomaran conciencia de todo lo que, hoy en día, impide la convivencia en la familia; las horas excesivas de trabajo, el uso desmedido de celulares y plataformas digitales que crea un abismo en la comunicación interna en la familia, el consumismo que ahoga la economía familar, el individualismo exagerado que cuestiona los valores humanos fundamentales.
Que, además, visualizaran las graves consecuencias generadas por la ausencia de papá y mamá durante la mayor parte de las horas del día, lo cual impide el surgimiento del apego natural y espontáneo, y la enorme soledad que provoca en los pequeños el verse rodeados de personas externas al núcleo familiar.
Estudios científicos nos dicen que es justo en la primera infancia, de los 0 a los 5 años, que se siembran las bases para alcanzar un desarrollo sano en lo motriz, social, emocional, cognitivo y del lenguaje, y yo deseaba dejarles mi testimonio de lo que representó en mi vida, la presencia amorosa de mi padre cuando aún era muy niña. De él aprendí a valorarme, a creer en mi, a respetarme y a sentirme orgullosa de ser mujer.
Ahora me doy cuenta de que, esa familia tradicional en la que yo nací, en la evolución social de las últimas décadas, ha sido cuestionada, devaluada. Los hijos ya no son motivo suficiente para esforzarse por sostener una relación en las mejores condiciones, al grado que hoy en día se promueve el divorcio express y se reparten los hijos como objetos inanimados.
Nos estamos acostumbrando a ver a los niños sometidos a un sinfín de actividades que les restan cada vez más su tiempo de juegos, de concentración, de descanso y de sueño.
Me duele oberservar cómo se está gestando una nueva generación con “niños microondas”, sobreestimulados y condenados a vivir al ritmo de vida de los padres, obligándoles a actuar como adultos, cuando ni siquiera se les ha dado tiempo de disfrutar su infancia, de descubrir su mundo y de crear su propia imagen rompiendo sanamente la simbiosis con su madre.
Hemos dejado atrás el papel protector de la familia tradicional, el acompañamiento amoroso de los pequeños que aprendían a su tiempo y a su ritmo, no como concepto de análisis y estudio, sino como una forma de vida rodeada y respetada por la intimidad de cada una de ellas, donde los valores como el respeto, la responsabilidad, la solidaridad, el amor eran aprendidos en la práctica del quehacer rutinario.
Hoy los niños son usados como arma contra su propia madre, en lo que conocemos como la violencia vicaria, donde se resalta el daño que se hace a la mujer, pero no se da la debida importancia a la atención de los daños que sufren los pequeños, no solo física sino también emocionalmente.
Cada vez son más los casos de niños abandonados por sus padres que niegan su paternidad e ignoran la responsabilidad de traer un hijo al mundo, de niños vendidos por sus procreadores, de niños tirados a la basura por su madre después de nacer, de niños cazados en su desamparo por las bandas de traficantes de órganos o de trata de personas.
Veo con tristeza la ausencia de un programa público que recoja la situación en que viven miles de niños que quedaron en orfandad como consecuencia de la pandemia.
Y aun cuando la ONU y multitud de organizaciones de la sociedad civil buscan proteger los derechos de los niños y las niñas, la realidad es que todo queda en letra muerta y podemos ver como lo relacionado con la agenda feminista, la conquista de los derechos de los grupos de la diversidad sexual o incluso la defensa de los animales, ocupan más la atención de los medios y se sobre exponen dentro de la misma agenda legislativa.
No vemos marchas protestando cada vez que un niño se quita la vida o se encuentra en la basura. No escuchamos gritos de auxilio de los pequeños que son explotados por sus propios padres, o por empresas sin escrupulos que abusan de sus derechos.
¿Que se necesita para darles voz, para escucharles y saber que les angustia, que les motiva, que los entristece?
¿Que estamos haciendo con las futuras generaciones?¿Qué clase de seres humanos vendrán a ocupar nuestros espacios?
Traigo a mi memoria una frase de Grahan Greene, escritor, crítico y dramaturgo inglés, quien dijo: «Siempre hay un momento en la infancia, en el que se abre una puerta y se deja entrar al futuro.»
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