En una ocasión, los miembros de la generación producto del trabajo efectivo y la mejora continua, se reunieron para analizar la situación de salud de las instituciones al servicio del estado, pues, sumado a las causas inherentes a la incuestionable explosión demográfica y al efecto pernicioso de privilegiar los egos, antes que darse a la comunidad para su beneficio, veía con tristeza que el ánimo de los operadores de los servicios públicos de las otrora gloriosas instituciones, caía más de la cuenta, esto, debido a los factores extra institucionales, que hacían fracasar los intentos de superar las continuas crisis, debido, entre otras cosas, a la mala administración de los recursos. Pues bien, el sentimiento de minusvalía laboral se iba acrecentando, por un lado, por la apatía e indolencia permanente de las cúpulas administrativas, que más que pensar en la razón de ser de su función como filosofía de vida, pensaban más en perpetuar una simulada buena relación con los liderazgos políticos temporales o de ocasión, que en lugar de dejar una buena huella a su paso, dejaban las secuelas de una mala práctica y los fracasos consecuentes.

Todo empezó a volverse una simulación; como siempre, se trataba de llevar supuestamente a la práctica lo estipulado en los planes y programas para el desarrollo social, intentando mantener el estándar mínimo del concepto de calidad total en los procesos, mientras que el grupo de operadores de primera línea, por su parte, trataban de justificar las fallas en el logro de las metas planeadas por la falta de insumos. Entre Administradores y operadores prácticos se estableció un diálogo de sordos, porque cada quien quería imponer su verdad;  desde mi punto de vista, ambas partes tenían razón, lo que faltaba si existía voluntad,  era permitirse cierta flexibilidad y una buena comunicación, identificarse además, como miembros de un mismo equipo, y dejar de culparse unos a otros, del fracaso del cumplimiento de las metas.

De pronto, apareció en el entorno laboral otro factor de importancia incuestionable: la falta de comprensión por parte de los usuarios de los servicios, se habló entonces de ingratitud y actitudes negativas que no propician un buen ambiente laboral y que eran consideradas un detonante, en muchas ocasiones de situaciones conflictivas.

Los que ostentaban mayor antigüedad en la institución, hacían una breve reflexión sobre lo que significa el sentimiento de pertenencia, recordaban el exhorto que se hiciera en aquellos años en el curso de introducción al puesto hace más de 40 años, cuando se hablaba de “tener bien puesta la camiseta”, una “camiseta” que ha sufrido con el paso del tiempo el embate de tantas malas prácticas administrativas, de operación de programas a medias y de una comunidad que se dejó enamorar a conveniencia por políticas que les fueron arrebatando la voluntad, para someterlos a un paternalismo pernicioso que los hizo dependientes y adictos a las dadivas insuficientes.

Los miembros de la generación del orgullo institucional, de un indiscutible amor por México se mantienen de pie, aferrados a los principios y valores supremos de justicia, equidad, y paz, y pidieron ante todo, serenidad y paciencia para aquellos que mantienen viva la luz de la esperanza en el corazón y cuya sabiduría se origina en la rica experiencia, adquirida desde el primer día de trabajo, lo que les da la certidumbre de sentirse parte del sólido cimiento de la estructura, que soporta el peso de la dignidad del pueblo mexicano.

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