Me veo en ti, cuando te ocultas en tu callado sufrimiento y quisiera en ese momento ser de tu alma el más fiel vocero, para decirle a la vida todo aquello que te lastima y te intimida.

Me veo en ti, cuando el peso de los años te impide disfrutar lo que dejaste pendiente, por tener como prioridad, el poder salvar de la amargura, la risa y la ternura de los que procreaste y protegiste desde que estuvieron en tu vientre, y que con el anhelo inocente llegaron a la vida, para respirar la frescura de tu grandioso esfuerzo, más que valiente, para convertir la desventura en un futuro por demás glorioso, lleno de esperanza y de gozo.

Me veo en ti, cuando el más sutil roce de tus finas manos toca mi piel, hoy adormecida por la falta del despertar amoroso, del cariño consentido que me brindabas en cada bienvenida, ayer, cuando te parecía venía de tan lejos, y la verdad, estuviste siempre a mi lado noche y día.

Me veo en ti, como el bendito árbol de la sabiduría, que, vencido por el añoso tiempo, en aparente caída, no llegara a tocar el suelo, porque el mismo cielo donde tu grandiosa altura lo besara, para que nadie de ti lo separara, le sirvió de almohada, para que, entre nubes y lluvia, lo regresara a la vida con más fuerza y energía, con más arraigo a la tierra amada de dónde provenía.

Me veo en ti, porque mi corazón siempre ha sido tuyo, y con orgullo, acepto tu silencio como mío, en este espiritual encuentro de feliz arrullo, donde me siento como el niño, que su madre calmaba sus temores, con una canción de amor al oído, en un dulce y sutil murmullo.

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