“Díjole Jesús: Tú has creído, ¡oh Tomas!, porque me has visto: bienaventurados aquellos que sin haberme visto han creído” (Jn 20:29)

Encontrar el motivo de la inquietud que genera la eterna sensación de tener un vacío espiritual, nos lleva a considerar la fuerza que emerge de la fe en Cristo Jesús, más, el tener fe, implica el despojarnos de los atavismos que nos condenan a creer sólo en lo que vemos; sólo el que ama como nos enseña Jesús en su Evangelio, nos puede conducir a profesar una fe verdadera, misma, que nos abrirá los ojos a todo aquello que nuestro egoísmo nos impide ver y nos priva del gozo de sentir a plenitud la fuerza del amor de Cristo.

Nuestra fortaleza espiritual, nos exige que profesemos un amor incondicional, una entrega total de nuestro ser a un propósito irrenunciable, puesto que hemos sido creados para amar a Dios y a todo lo que ha creado.

Reconocer en nosotros la divina aspiración de amar a Cristo, es el primer paso para encontrar lo que nuestro espíritu ha buscado con afán: Encontrarse con el origen; más, el camino parar llegar al origen, además de reconocer nuestra necesidad de amar y ser amados, implica el hecho valeroso de dejar de temerle a aquello que nos es desconocido, implica también, el reconocer que enfrentaremos una oposición férrea de muchos de nuestros hermanos, que igual temen abrir su corazón al amor de Cristo y prefieren mantener su calidad de escépticos.

San Juan Pablo II decía que la fe es adhesión a Dios en el claroscuro del misterio;  y aquél día el Espíritu Santo había motivado en mí el don del entendimiento, de tal forma me sentía tan cerca de Dios, tanto como favorecerme con el gozo de presenciar una visión divina; me encontraba en el templo, y al término de la eucaristía, cambié de lugar para estar mas cerca de la Santa Cruz de la parroquia de San Agustín, me puse a orar, contemplando la Vera Cruz y de pronto en mi mente me pregunté: Por qué no está la figura del Cristo crucificado,  y en una abrir y cerrar de ojos, se reflejó sobre la pared  la imagen del cordero sacrificado, quedando sorprendido por aquel acontecimiento, me acerqué al sacerdote y le comenté el suceso, como el padre evidenció en su cara la duda ante mis palabras, me apresuré a decirle: Qué magnífico el arquitecto que diseño la iglesia, cómo pudo lograr  que la luz que ilumina la  Sagrada Cruz, pueda reflejar con tan fino detalle a nuestro Señor Jesucristo pendiendo de ella; el sacerdote se despidió sin hacer comentario, y yo le pedí a mi esposa me acompañara al lugar donde se podía apreciar la divina imagen, pero ella no pudo apreciar lo que mis ojos vieron.

“Respondió Jesús: Porque tenéis poca fe. Pues ciertamente os aseguro que, si tuviereis fe tan grande como un granito de mostaza, podrías decir a ese monte: Trasládate de aquí a allá, y se trasladará; y nada os será imposible.” (Mt 17:19).

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