El maestro tiempo pasaba a mi lado y me dijo: Al ir caminando por los laberintos y anfractuosidades de tu mente, encontré tirado, en lo que parecía un espacio olvidado del pensamiento, un viejo eslabón, supuse entonces que podía ser tuyo, y que en algún momento muy difícil de tu vida, al existir una gran fuerza proveniente del exterior, rompió la armoniosa cadena de tu personalidad ¿Acaso no lo echaste de menos? Imagino que tal pérdida pudo haber afectado algo importante en tu forma de ser. Traté de fingir que dicha pieza no era mía y le contesté: Le agradezco, mi señor, su cortesía, y más su atención, pero tan burda pieza no puede ser mía. El maestro comentó: Ah, ya entiendo ¿Acaso te sigue intimidando ser sincero? Apenado contesté: De ninguna manera, es que usted me impone tal respeto, que cualquiera en una situación así, más que intimidarse, no quisiera ser motivo de detener su marcha a tan sabio consejero. ¿Detener mi marcha? Dijo, más bien, el que se ha detenido por mucho eres tú, que fingiendo tener tanta prisa, no te percataste que no avanzabas, te has quedado varado, viendo la forma de cómo unir de nuevo el eslabón a su cadena; en cuanto a mi andar cotidiano, siempre que paso por ese espacio donde encontré lo que se te ha perdido, igual tengo que detenerme para levantar lo que por tu supuesto olvido no quieres corregir. Disculpe usted maestro, le dije, no quisiera que por mi actitud titubeante me juzgara mal, en eso de la disimulada, la razón le cabe, pero es que en esta vida, todos hacemos igual, cuando un eslabón personal se pierde en la gran vía, nadie desea regresar, para no volver a experimentar tan trágica experiencia, y la verdad si he tenido prisa, pensando que al hacer mayor distancia del suceso, su mal efecto no me pudiera alcanzar, pero usted siendo tan sabio, mi maestro, nada se le puede pasar, descubrió de inmediato mi miedo y con él, la infelicidad que trato de vencer al disimular, por eso, mi gran señor, y si usted me tiene aprecio, deme un sabio consejo para poderme curar. Entonces el maestro sentenció: Ya no tienes que huir, mucho menos la solución buscar, pongo en tu mano el eslabón de tu voluntad, que por tu prisa dejaste tirado, precisamente en el lugar por donde caminas a diario y te sueles tropezar. Enfrenta pues tu miedo a ser feliz, acepta como experiencia aquello que supones te arrebató la felicidad, pero que de alguna manera te dio la capacidad de reconocer que, en la vida, nadie debe detener su marcha. por una emoción que requiere de tiempo, para ser concebida como algo que ocurre, aunque no sea deseada, ni requerida.

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