Conforme pasan los días y se acerca la Navidad, se va manifestando en la comunidad el deseo de preparar el marco de los festejos, los hogares empiezan a decorarse con figuras alusivas a la celebración, y de hecho, ya en muchas casas, el tradicional pino está ocupando el espacio que se seleccionó con anticipación; de tal manera que los ánimos deprimidos se habrán de dar un respiro para dar paso a la alegría temporal, la convivencia y la generación de buenos deseos.
En nuestro hogar también nos vemos influenciados por el espíritu navideño, pero las acciones, con el tiempo, han contemplado variables muy interesantes, he aquí una breve narración de los hechos: Cuando recién casados seguíamos disfrutando de la Navidad en casa de nuestros padres, de hecho, tanto mi esposa como yo nos sumábamos a las tareas propias que exigía la tradición, ella se abocaba a ayudar a sus padres y yo hacía lo propio en la casa de los míos, al término del proceso pasábamos unas horas en cada uno de los hogares; cuando llegó nuestro primer hijo cambiaron las cosas, el espíritu navideño nos invadió totalmente y preparamos nuestro hogar para que nuestra pequeña Katty disfrutara al máximo, aquí contamos con la entera disposición de nuestro inolvidable compadre Toño, quien por cierto experto en crear escenarios de fantasía, igualmente disfrutaba cada uno de los pasos que nos llevaban a la meta que nos proponíamos. Recuerdo que como todavía éramos estudiantes, llegamos a utilizar alguna rama seca de árbol, la pintábamos de blanco, colocábamos en una tina con piedras para que se detuviera y luego le poníamos luces esferas y pelo de ángel; Toño se dedicaba a poner el nacimiento; cuando llegó nuestra segunda hija, nos esforzamos un poco más y logramos comprar un pequeño árbol artificial y cada quien ejecutaba sus tareas para que todo luciera en esos dichosos días. Al nacer mi tercer hijo, ya pudimos comprar un árbol natural y el aroma a pino llenaba la estancia, de ahí que nuestros hijos asociaban mucho el olor con la Navidad, por lo tanto, ya no imaginaban una celebración sin el pino natural; para entonces, Toño se pulía cada vez más con el escenario del nacimiento, poniendo, incluso, un cielo tachonado de estrellas; lo que le daba oportunidad de contarles a nuestros hijos, toda la historia del Nacimiento de Jesús y la importancia de María y José. Todo ello contribuyó para que se le diera realce a la celebración: El nacimiento de nuestro Salvador. Cuando nuestros hijos decidieron a formar su propio hogar, el ánimo de mi amada esposa decreció tremendamente y perdió el interés por adornar nuestro hogar, pensando, tal vez, que sin niños en casa el evento dejaba de tener la calidez que tanto disfrutamos; me propuse entonces a seguir manteniendo la presencia del árbol de la navidad y compraba un árbol natural, deleitándome con el aroma, pero entristecido por la falta de entusiasmo de mi esposa. Al nacer nuestros nietos, mi hija Kattia, que es la mayor, tomó el liderazgo del festejo, imprimiéndole un impresionante apego y valor agregado a la tradición, realizando el proceso de las posadas. Poco a poco fueron desapareciendo los deseos de seguir adornando nuestro hogar, si lo hacíamos era con lo mínimo indispensable.
Quisiera decir que no sé lo que ocurrió, pero hoy María Elena me ha sorprendido con el renovado espíritu navideño, y tal y como lo vivimos en el tiempo cuando nuestros hijos fueron pequeños, la veo llena de entusiasmo, yo sé que no tendremos la fortuna de que nuestros hijos y nietos pasen la Navidad con nosotros, pero yo me siento agradecido con Dios por verla a ella feliz, seguramente estará ideando algún evento prenavideño para llenarse de vida al ver reflejado en la cara de cada uno de nuestros siete nietos, los pedazos de corazón que hemos ido dejando en cada uno de ellos.
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