La diferencia entre estar rodeado por fríos muros de cemento y rodeados de vegetación es mucha, lo digo en términos de relajación tanto corporal como espiritual; pero, no sólo el hecho de poder deleitarse visual y auditivamente con el verde esperanza que nos obsequian los árboles nos trae la paz y concilia la armonía perdida, el estar junto a una amable y noble compañía, nos permite reconciliarnos con los seres humanos; siempre la afinidad de intereses y la hermandad con nuestro prójimo, es la que nos permite el pleno disfrute de la vida.
La inmerecida amabilidad de nuestros hermanos Jorge y Aminta al recibirnos en su pequeño edén nos llenó de gozo; por 5 horas nos olvidamos de preocupaciones y mortificaciones, después de un rico almuerzo, nos dedicamos a observar los prodigios que ha obrado la madre naturaleza sobre los árboles frutales, y poco después, nos vimos descansando en una acogedora estancia que sirvió de espacio de reflexión y análisis de temas de la familia.
Que por qué cuento lo anterior, lo hago porque todos tenemos derecho a unos momentos de esparcimiento, allá, donde las horas pasaron lentamente y nos vimos en la dificultad de que tener que renunciar a esa muestra de mejora de la calidad de vida, por estar sujetos a un horario.
Recostado en una cómoda hamaca, viendo el hermoso follaje de las plantas, en aquel vaivén acompasado, escuchando el trino de las aves, observando el sutil vuelo de mariposas de varios colores que se posaban por momentos en las flores para degustar su néctar, pero sobre todo, dándole gracias a Dios por ser tan afortunado de poder disfrutar aún la vida.

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